1 de diciembre de 2017
Con la fiesta de Cristo Rey coronábamos la semana pasada el año litúrgico. Singular y paradójica resulta la forma con que Jesucristo encarnó su realeza y prodigó la misericordia del Padre. Reinó desde el trono de la cruz. Su corona fue labrada con espinas; su cetro fue una caña; su púrpura, un manto raído; sus armas, la justicia y la verdad; su ley, el amor; su fuerza y su poder, la humildad y el servicio.
La mayor locura de amor, el gesto de servicio más elocuente y sublime, que ningún otro ser humano ha podido realizar, lo llevó a cabo María alumbrando a Dios en el corazón del mundo. Con su «¡hágase en mí!, según tu Palabra» («¡utilízame, Señor!» le habría dicho hoy María) cambió la inercia y la orientación de la historia: servir es reinar. Realmente vale, es decir, vive, es auténtico, se siente libre y feliz, fecundo… quien se atreve a servir, sobre todo a los más desvalidos.
Los jóvenes de post-confirmación, en el encuentro que celebraron en Sigena el 11 de noviembre pasado, descubrieron que había muchas formas de sentirse útiles a los demás en la Diócesis de Barbastro-Monzón y decidieron «engancharse» a Cristo, haciendo del servicio su nuevo modo de realización personal. Aunque parezca fuerte, aquellos jóvenes, sobrecogidos ante lo que allí aconteció, se atrevieron a decir, claro y fuerte, como lo haría hoy María: ¡utilízame, Señor! Fueron capaces de sugerir algunas acciones concretas de entrega y generosidad que les acreditara como verdaderos «apóstoles de calle», «cirineos ambulantes» que se atreven a salir a los caminos para invitar a otros jóvenes a regresar a casa o para cargar sobre sus hombros a cuantos se sientan alejados, heridos, maltrechos o extenuados.
Anótate y hazme llegar personalmente, si estás dispuesto a dejarte «utilizar» por el Señor:
Concluyo con este hermoso poema que brotó del corazón de Gabriela Mistral como expresión de lo que el Señor nos inculcó: sólo se puede VIVIR sirviendo, esto es, siendo útil a los demás:
«Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú.
Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú.
Donde haya un esfuerzo que todos esquiven, acéptalo tú.
Sé el que apartó del camino la piedra,
el odio de los corazones
y las dificultades del problema.
Hay la alegría de ser sano y justo,
pero hay, sobre todo, la inmensa alegría de servir.
Qué triste sería el mundo si todo en él
estuviera hecho. Si no hubiera un rosal
que plantar, una empresa que emprender.
No caigas en el error de que sólo se hacen
méritos con los grandes trabajos.
Hay pequeños servicios: poner una mesa,
ordenar unos libros, peinar una niña.
El servir no es una faena de seres inferiores.
Dios, que es el fruto y la luz, sirve.
Y te pregunta cada día: ¿Serviste hoy?»
Con mi afecto y bendición.
Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón