Este viernes, 11 de marzo, es ya el décimo sexto día de la invasión rusa de Ucrania y con seguridad de una nueva etapa histórica cuajada de incógnitas.
De algo podemos estar seguros: este mundo, el nuestro, ha cambiado y somos testigos a cada segundo. Porque esta guerra no se parece a ningún otro conflicto de los que siguen abiertos en el mundo, como tampoco se parece el modo de informarnos de ella.
Los intentos de acallar a los medios de comunicación occidentales chocan con los millones de hombres y mujeres que teléfono móvil en mano documentan y hacen de altavoz para la brutalidad de Putin.
Las redes sociales se han convertido en una excelente herramienta para comprobar cómo están ahora mismo en Odesa e incluso para organizar acciones humanitarias, muchas de ellas alentadas por la proximidad, incluso familiar, con nuestros vecinos ucranianos.
Las nuevas tecnologías ayudan en la recogida de las mujeres y niños que tiene que salir de su país, como los que gracias a los literanos descansan en el albergue escolapio de Peralta de la Sal. La información en Instagram, Facebook o Twitter apoya la logística y transporte del material que, por ejemplo, ya rueda en dos tráileres hacia Ucrania, con todos los productos, la generosidad y el cariño que los voluntarios han empaquetado en Barbastro, Monzón y muchas otras localidades de esta provincia.
Y, sin embargo, no basta. Esta catástrofe ha obligado dejar su país a más de 1,5 millones de personas. Son las que han podido salir, pero las oenegés advierten de los más de siete millones de ancianos o el millón de discapacitados que siguen allí.
Los que estamos aquí hemos de prepararnos para un nuevo escenario desconocido, operando con solidaridad y el acogimiento en lo que podamos hasta que, como pide el papa Francisco, las armas callen.