España es un país solidario y la guerra de Ucrania lo ha vuelto a evidenciar. En apenas tres semanas, los donativos económicos superan los 25 millones de euros, confirmando que sabemos responder con generosidad ante las necesidades.

Al tiempo que los mecanismos europeos de asistencia institucional se ponían en marcha, de forma espontánea han ido surgiendo iniciativas particulares tanto para enviar toneladas de ayuda humanitaria a las fronteras como para recorrer miles de kilómetros y traer a quienes se ven obligados a abandonar su tierra.

Hay quienes abren sus casas o dedican parte de su tiempo a preparar una cama, quizá un plato de comida, a modo de bienvenida y consuelo.

Pero esto es solo el principio y las bienintencionadas acciones individuales no serán suficientes. La llegada de refugiados no cesará.

Estamos, según ACNUR, ante la crisis de refugiados con más rápido crecimiento en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Más de dos millones y medio de personas, sobre todo mujeres y niños, han salido de Ucrania y, de acuerdo con las previsiones de la ONU, esta cifra se duplicará. Ante eso no serán suficientes las acciones puntuales.

Es cierto que frente a un escenario que no pudimos prever, la respuesta ha sido rápida pero también es verdad que en algunas ocasiones resulta algo caótica. Acoger a una familia, mucho más a menores, constituye una enorme responsabilidad.

Y aquellos que trabajan con refugiados y población vulnerable, que saben los protocolos establecidos y poseen experiencia en integración, son los que mejor, con más capacidad y rigor podrán orientar el modo de conducirnos pensando en el mayor bien: el de los ucranianos que hoy están entre nosotros.

La regularización administrativa, escolarización, enseñanza del idioma, la búsqueda de un hogar, quizá un trabajo… Son frentes que atacar de forma integral. Solo el trabajo coordinado y debidamente canalizado constituirá un auténtico ejercicio de solidaridad, desprendida y auténtica.