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Sol Otto Oliván Al levantar la vista
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La vida en una maleta

Sol Otto Oliván Al levantar la vista
05 abril 2022

“Y cuando llegue el día del último viaje,/ y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,/ me encontraréis a bordo ligero de equipaje,/casi desnudo como los hijos de la mar”. Antonio Machado.

Resulta difícil ponerse en la piel de otros en situaciones límite. Tendemos los humanos a creernos héroes, mejores que los otros, más sabios. Seguro que lo hacíamos mejor. Seguro que teníamos más agallas. Seguro que nos volvíamos Agustina de Aragón. Pero los que han sido tocados por la desgracia son otros. Nosotros, los afortunados, somos sólo espectadores, tertulianos de salón o charlatanes de feria. Removemos el infortunio de los otros, nos compadecemos, pero vemos los toros desde la barrera.

Estos días seguimos viendo las imágenes del éxodo de los que huyen de la guerra y la miseria. Llevan su vida en una maleta. La arrastran con decisión, no quieren dejar atrás lo poco que les queda. La arrastran entre la nieve o el barro; la arrastran bajo los puentes caídos; la arrastran entre los escombros de las casas tumbadas por las bombas; la arrastran por carreteras desoladas; la arrastran frente a los tanques enemigos. Las ruedas se atascan de tanto meterse en el fango. No pueden con ella, pero la suben a los trenes con esfuerzo, a los autobuses, a los aviones. La llevan hasta los refugios, les sirve de almohada en las estaciones, de asiento para sus hijos pequeños. La agarran con fuerza. Es todo lo que tienen. No saben si podrán volver alguna vez, si recuperarán lo que han dejado atrás. Es todo lo que les queda y se aferran a ello, quieren conservar algo de lo que tuvieron, algo de lo que han sido.

Vemos sus bultos y podemos imaginar lo que habrán metido dentro porque pensamos en nosotros mismos, pensamos en lo que meteríamos de vernos en semejante situación. Poca cosa para andar más rápido. Cosas de valor para poder tener algo en el nuevo destino. Ropa de abrigo, algo de comida. Los recuerdos más queridos: aquel libro de poemas que compraste con tus primeros ahorros; la pluma que te regaló tu novio con la fecha grabada de la primera cita; la mantilla de tu madre, que antes fue de la suya; una estampita del Pilar que llevó siempre tu padre en la cartera; las fotografías de todos los tuyos…. No sé. Cada cual pensará en su lista, cada cual tendrá sus preferencias. A alguien le dará por pensar que hay muchos que no han tenido que hacer sus maletas porque están a salvo. Siempre están a salvo los que tienen más y los jefazos que deciden la suerte de todos.

Recordamos otras maletas: las de los judíos apiladas a montones, abiertas, vacías porque se habían encargado los verdugos de quedarse con su contenido; las de los españoles exiliados rumbo a Francia, con pinta de pesar más de la cuenta, arrastradas por los pasos angostos de nuestras montañas; la de Machado pequeña, imagino si leo sus versos, pero que le era muy pesada, enfermo y viejo ya y desolado por dejar su Patria; las de los saharauis, de los que ya nadie se acuerda porque, acaso, ni siquiera llevaron maletas cuando los echaron de su tierra.

Ligeros de equipaje. Deberíamos reflexionar que hay que desprenderse en vida de lo que no es imprescindible. Pero eso será otro día. De momento, cuando esto escribo, se dice que el invasor va a reblar. No parece inminente. Pero no estaría mal que ni tiempo tuviera de hacer su maleta. No será así: la tiene hecha, bien abultada y a salvo, en algún paraíso.

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