No deja de ser un atrevimiento opinar sobre la incidencia de la Covid 19 sobre nuestro complejo emocional. Organismos dedicados a promover la salud mental y otros, a las investigaciones sociológicas, empiezan a publicar datos sobre la posible relación entre la enfermedad y los trastornos del siempre frágil comportamiento mental del ser humano.
No obstante, es indudable que la enfermedad y el consiguiente confinamiento decretado para atajarla han producido respuestas emocionales que, si por una parte resultan lógicas e inevitables, por otra no dejan de suscitar preocupación. A falta de estudios más precisos, ponemos sobre la mesa unas constataciones, que reclaman ya alguna atención.
A simple vista, estamos obligados a llamar la atención sobre la inevitable exposición de determinados colectivos a esta agresión emocional, que ha venido a agravar la carga que habitualmente llevan sobre sí.
Pensamos en el personal sanitario y docente, cuya profesión obliga a enfrentarse con factores de alta tensión emocional, justamente porque es un personal responsable y tiene que vérselas con dos aspectos especialmente sensibles, como son la salud de los pacientes y la educación de las generaciones que se asoman a la vida. Estos profesionales merecen nuestra admiración y reconocimiento.
Por otra parte, la pandemia ha puesto de manifiesto la sensatez de una numerosa parte de la población, al cumplir las normas sanitarias de prevención con una saludable normalidad y aceptando pacientemente las molestias que producen.
En este punto hay que lamentar la inexplicable tozudez de los negacionistas que se resisten a aceptar la vacunación, y la penosa irresponsabilidad de quienes han hecho caso omiso de las recomendaciones más elementales para mantener una convivencia saludable y segura.
Una tercera consideración merecen los colectivos que, en contra de todas las recomendaciones y normas, han protagonizado, en cuanto se ha abierto la mano, escandalosas aglomeraciones, como si no pudieran vivir sin dar rienda suelta a la ingesta de alcohol, fenómeno que por sí mismo incide sobre la salud física y mental con consecuencias todavía no mensurables.
La pandemia aún está ahí y las vacunas no son la panacea, aunque sean útiles y necesarias. Por lo que la salud mental de la población sigue amenazada y han de tomarse en consideración las recomendaciones de OMS sobre planes de respuesta y recuperación.