Por increíble que pueda parecer, en un año habrá elecciones. Autonómicas y municipales en mayo, y generales en noviembre, a no ser que –en función de lo que auguren los sondeos demoscópicos– resulte más o menos ventajoso hacerlas coincidir y tengamos que pelear con un aluvión de papeletas.
No conviene perder de vista este horizonte cuajado de urnas si queremos leer la realidad circundante con las gafas correctas, sin dejarnos llevar por el torbellino de visitas, declaraciones, anuncios, críticas y eslóganes con las que nos bombardean quienes ya están y quienes quieren estar. Nada nuevo.
Los electores, bien lo saben los políticos, tenemos escasa memoria y tendemos a olvidar los acontecimientos más antiguos. Lo mismo nos ocurre con el tiempo: siempre nos parece que el frío o el calor es mayor este año que el pasado o el anterior, pero poco más lejos nos conducen los recuerdos.
Con la política, igual o parecido; la desmemoria se agudiza quizá por el desinterés, quizá por el eterno bucle que tejen los mismos temas, los mismos anuncios, los mismos incumplimientos y las mismas pamplinas.
¿Cuál era la prioridad de este o aquel partido hace cuatro años? ¿La ha cambiado? ¿Hace lo que dijo que haría, sea en el Gobierno o en la Oposición? Y, puestos a preguntarnos, ¿ha aportado algo a la “cosa pública”? Porque de eso se trata, o se debería tratar, de aportar y de servir.
A responder estos interrogantes ayudan, y no poco, las hemerotecas, cuyo repaso aporta sorprendentes hallazgos. La de este periódico, sin ir más lejos, proporciona una perspectiva muy enriquecedora e ilumina la escena actual.
Los propios políticos, al menos alguno de ellos, harían bien en bucear en la historia, siquiera la más reciente, para saber por dónde andan y no volver a inventar la rueda. Porque de falta de memoria no solo adolecemos los electores.