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Manuel OIlé Sesé Al levantar la vista
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Talibanes y mujeres (I)

Manuel OIlé Sesé Al levantar la vista
22 octubre 2021

El 11 de septiembre de 2001, veinte terroristas de Al-Qaeda, bajo la dirección de Osama Bin Laden, secuestraron en pleno vuelo cuatro aviones comerciales que hicieron estrellar contra las Torres gemelas de New York y contra el Pentágono en Washington, símbolos del poder económico y militar de EE.UU.

El balance: 2.977 muertos y un impacto económico directo de 747.300 millones de dólares.

Un mes después, el presidente George Bush lideró, en el marco de una mal concebida y torticeramente ejecutada, «Guerra contra el Terrorismo», una coalición internacional en el seno de la OTAN, cuyo objetivo fue la invasión de Afganistán, para derrocar al régimen talibán.

En 2003, haría lo propio invadiendo Iraq.

El gasto originado por la presencia de EE.UU. en Afganistán en los últimos veinte años se sitúa en torno a los dos billones de dólares.

El número de soldados estadounidenses muertos alcanza los 2.200, y son 54.000 los afganos fallecidos, incluidos civiles.

En febrero de 2020, Donald Trump y el representante de los talibanes, el mulá Abdul Ghani Baradar, firmaron en Doha, Qatar, un acuerdo que incluía un calendario para la retirada de las tropas estadounidenses, un canje de prisioneros (5.000 por parte talibán frente a 1.000 de la coalición internacional), el compromiso talibán de no atacar intereses estadounidenses desde territorio afgano y el norteamericano de no bombardear, en el repliegue, los campos de opio y las instalaciones donde se procede a su manipulado.

También pactaron abrir una «mesa de diálogo» –posterior a la retirada proyectada– entre talibanes y Gobierno afgano de Ashraf Ghani para decretar el «alto el fuego» definitivo entre ambos ejércitos y restablecer una paz duradera en el país. En septiembre de 2020, el plazo de evacuación se amplió hasta el 11 de septiembre de 2021.

Toma del país

A partir de esa fecha, los talibanes fueron tomando –mediante la violencia y las armas– todas y cada una de las ciudades del país hasta converger en el asalto a Kabul, el 15 de agosto de 2021.

Forzaron, con ello, la huida de su presidente –con cuatro coches y un helicóptero repletos de dinero– hacia Emiratos Árabes Unidos y la consiguiente desmovilización del ejército afgano.

Al día siguiente, 16 de agosto, tras tomar el edificio presidencial, los talibanes cercaron el aeropuerto de Kabul dando paso a las conocidas escenas de caos y de pánico entre los que querían y los que necesitaban abandonar el país.

El 17 de agosto, los talibanes anunciaban la instauración de un nuevo régimen acorde con la Sharía islámica. Transformaron el Ministerio de Asuntos de la Mujer en el nuevo de La Virtud –expulsando del mismo a todas las mujeres– e iniciaron, casa por casa, la busca y captura de todos los colaboradores del régimen anterior, bajo amenaza de muerte a todos sus familiares si, voluntariamente, no se entregaban.

La palabra «talibán» –en lengua pastún, mayoritaria en Afganistán– significa estudiante de una escuela coránica, las madrasas, financiadas por Arabia Saudí e inicialmente ubicadas al Sur del país, en Kandahar en 1994, apoyadas por Pakistán.

Hay que recordar que en 1996, tras la ocupación soviética de Afganistán entre 1979 y 1989, la milicia talibán entró en Kabul, asesinó a su presidente prosoviético y, en menos de dos años, se hicieron los amos de la práctica totalidad del país.

Una vez instalados en el poder, los talibanes formaron gobierno (sólo reconocido por Arabia Saudí, Pakistán y Emiratos Árabes Unidos) e impusieron de manera imperativa, y como norma de gobierno, la Sharía islámica, derivada del Corán, en su versión más integrista y puritana, concebida como un conjunto de normas y código de conducta inspirados por Dios –Alá– a través de su Profeta Mahoma.

Este «corpus» jurídico-religioso, imponía a mujeres y hombres las obligaciones a las que, de forma coactiva, debían atenerse tanto en la esfera religiosa como política y tanto en el ámbito público como en el privado. Las personas eran consideradas fieles y en ningún caso ciudadanos.

El programa talibán contra las mujeres no tuvo límites por su crueldad, inhumanidad y extremismo religioso: secuestros y esclavitud sexual al servicio de los combatientes talibanes; matrimonios forzados; venta y trata de niñas y mujeres jóvenes; lapidación de mujeres acusadas de adulterio; ahorcamiento en espacio público de prostitutas; palizas a parejas no casadas; imposición coactiva del burka de manera universal y obligatoria; prohibición de salir del domicilio familiar sin ir acompañadas de un varón de la familia, bajo pena de ser vejadas públicamente con azotes, palizas e insultos; prohibición de trabajar fuera del hogar, de hablar o dar la mano a varón alguno que no fuera un familiar directo; de participar en cualesquiera actos públicos, festivos o recreativos; de asomarse a las ventanas y balcones de sus propios domicilios; de utilizar los baños públicos; de lavar la ropa en ríos o fuentes públicas; cierre definitivo de las escuelas para niñas mayores de ocho años; limitación del acceso de las mujeres a la salud pública; prohibición de contratar con comerciantes varones y un interminable etcétera.

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