De verdad que muchas veces no se entienden las motivaciones que tienen los políticos para aprobar unas leyes u otras.
Recientemente ha sido aprobada la ley sobre eutanasia a la que se van a dedicar, creo, bastantes recursos pues parece que hay que crear en cada autonomía comisiones que valoren la idoneidad del paciente a recibir los actos que acaben con su vida.
Considero una muerte digna la que sucede sin dolor con los cuidados paliativos necesarios (en esto sí sería necesario invertir recursos), para que sea una muerte serena, sin dolor.
Por otro lado, veo en los tablones publicitarios la preocupación por la cantidad enorme de suicidios que se están produciendo. La publicidad dice que este tema no debe ser tabú.
La intención del anunciante es prevenirlo para evitarlo. Me parece excelente la preocupación por este problema tan grande.
Yo, que he perdido un hijo en accidente mientras circulaba por las carreteras del Pirineo conduciendo un camión, y que he sentido ese dolor «tan doloroso», siempre he pensado que el dolor debe ser más grande para los familiares de los que se suicidan.
Siempre les atormentará la idea de si no han hecho lo suficiente para evitarlo; si debían haberse comportado de otro modo o si no han sabido detectar a tiempo los síntomas que anunciaban ese desenlace.
Además de la pérdida del ser querido les queda esa otra incógnita.
Y aquí es donde veo la incongruencia: por un lado, se aprueba la muerte por medio de la eutanasia y por otro se quiere evitar que haya suicidios.
Al fin y al cabo, son dos clases de muertes, aunque sean diferentes.
La vida es un don precioso y hay que defenderla y cuidarla, porque la vida de cada uno es una sola. Quitada esta no hay otra de recambio.
Sí, habrá otra, pero no será aquí en la tierra. Por tanto, cuidémosla lo mejor que podamos para que no solo sea muerte digna (sin eutanasia), sino que también la vida lo sea.