“Del monte en la ladera/
por mi mano plantado tengo un huerto”. Fray Luis de León.
Otra ola de calor. Habrá varias, dicen los expertos. Hay que temer al calor. Leí El extranjero de Albert Camus muy joven, un libro que sigo recordando cuando aprieta el calor, porque uno extremo llevó al protagonista a acabar con una vida. Había más, claro, pero vuelvo a esa imagen que me impactó de estudiante. Acaso por eso me tienen anonadada las boutades, “melonadas” en nuestro argot, con que nos salen los políticos en estos días. No es que el resto del año anden sobrados de juicio o de ingenio, pero está claro que el calor ha reblandecido su cerebro. ¿Cómo se explica, si no es por esa causa externa, que el líder de la derecha anuncie que pida o pedirá, no lo oí con mucho interés, el voto a los socialistas? ¿O que la vicepresidenta Díaz, de Podemos, haya comenzado su campaña de “escucha” presentando una plataforma, que no partido, denominada “sumar” y haya pedido expresamente a los suyos que no acudan a dicho acto, o sea, que no se sumen? Los políticos nos dan muy buenos momentos, hay que reconocerlo. Ver al Señor Presidente agasajar al americano fue como una reposición de Bienvenido Mister Marshall. Yo disfruté. Me gusta el cine, aunque nunca segundas partes fueron buenas. Y estos actores dejan mucho que desear.
Y todo esto ha ocurrido ya en las primeras olas, no puedo imaginar lo que nos espera el resto de la canícula. También es verdad que se irán de vacaciones y largarán menos, pero seguro que, de un modo u otro, se nos colarán en casa a poco que nos descuidemos. Yo he decidido estar ociosa este tiempo. Séneca seguía a un estoico que afirmaba “es lícito vivir ocioso” y él añadía “no estoy hablando de resignarse al ocio, sino de escoger el ocio”. Y reflexionaba así tras preguntarse en qué política debe meterse el sabio y, vista la corrupción de la época, no hallaba respuesta.
Yo veré este verano crecer las matas de calabacines, cuya flor, de un amarillo anaranjado, es tan bella como la de la berenjena, menos llamativa ésta, de un malva suave, que destaca entre las hojas oscuras y tiesas de la planta. Aspiraré el aroma de los tomates, cuyas flores diminutas no son hermosas, pero cuyo fruto destaca entre todos, de un rojo, o rosa, brillantes. No creo que llegue a conversar con ellas, como aquel personaje de Amanece que no es poco, que filosofaba con una calabaza. Pero no lo descarto.
Y hablando de tomates, viajaré a la infancia, como cada verano, pero este volveré de verdad. Nada de buscar tres pies al gato con extrañas mezclas sofisticadas para prepararlos: volveré a presentarlos en una fuente amplia acompañado sólo de un poquito de sal, ajo cortadito, bien menudo y un buen chorro de aceite; volveré a la ensalada de siempre, unos tomates en rodajas a lo ancho, redonditas, con cebolla dulce y “olivas” negras, que aún salo en invierno como hacía mi madre; volveré a cocinarlo con huevo en un buen revuelto, hecho bien despacito, con mimo; o lo acompañaré, bien pochado, casi como mermelada, con unas buenas “chullas” de jamón y un huevo escalfado. Lo de siempre. Lo de nuestra tierra.
Y cuando pase el calor, volveremos a la carga. Juntos. Como siempre.
(Por cierto, imagino que lo de echar a los mercaderes de la plaza hace un par de sábados fue algo puntual e irrepetible, que se les reblandeció el cerebro también a nuestros próceres, políticos al fin. La ola de calor, que no perdona).
Que la ola no nos afecte el entendimiento. Hasta la vuelta.