Muchos visitantes de la catedral de San Vicente de Roda de Isábena se sorprenden cuando, en su recorrido, se topan con las pinturas al temple de la cripta norte: bajo el Cristo en majestad, doce personajes aparecen representando las tareas del campo de cada mes del año.
Este mensario, datado a principios del siglo XIII, nos muestra cómo por aquel entonces se podaban las viñas por marzo, se segaba y trillaba en verano, y se vendimiaba en septiembre.
En diciembre, nos muestra el maestro de Navasa (a quien se atribuye este particular calendario), llega el tiempo de sentarse a la mesa y disfrutar de los frutos recolectados, sabiendo que el mes de enero reclamará un nuevo inicio.
Ese ciclo de la tierra, agrícola y ganadero, marcó durante siglos el tiempo de labor y el de asueto, señalando los momentos oportunos en los que celebrar las fiestas y aquellos en los que concentrar todos los esfuerzos para sobrevivir.
Las malas cosechas, y con ellas la hambruna, han estado detrás de revoluciones. Y en un tiempo no tan lejano, la pandemia vino a recordarnos que los millones de hombres y mujeres que trabajan en el campo son los que llevan la comida a las mesas de todos los demás.
¿Ha ayudado la crisis sanitaria a revalorizar lo rural, en un amplio sentido? Quizá sí. Y quizá hacía falta subrayar que el sector primario sigue siendo vital para la propia supervivencia de las personas y de sus entornos.
La provincia de Huesca, según el Informe Económico de Aragón de la Cámara de Comercio, era la de mayor peso en la producción agraria final de Aragón en 2019, aportando el 49,35%, mientras Zaragoza suma el 36,08% y Teruel, el 14,57%.
El año pasado, ante la caída del PIB nacional en un 11 %, el Altoaragón se frenó en el 8,3 % debido, entre otros factores, a la fortaleza del sector primario y sus exportaciones.
Ello sin olvidar la agroalimentación, esa industria pujante y en la que tantas expectativas se están poniendo: ya se ha convertido en el segundo sector de nuestra comunidad y representa el 8% del PIB.
La tierra y sus labores, además de básicas para todo ser humano desde el Neolítico, continúan siendo hoy un modo de vivir, pero no solo del campo sino en el campo.
En pequeñas empresas aceiteras, hortícolas o consagradas al cereal se encuentra hoy tecnología punta y formación especializada, pero también una constante reivindicación y orgullo del territorio.
Como sus guardianes, en la actualidad están liderando las reivindicaciones de un crecimiento ordenado y respetuoso con el entorno natural, ese con el que establecen el diálogo milenario que ya quedó reflejado en el mensario de Roda.