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Sol Otto Oliván Al levantar la vista
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Pirámides y poliedros

Sol Otto Oliván Al levantar la vista
05 noviembre 2021

Es un día claro, luminoso. Por las ventanas del aula entra el sol, me roza algo la cara, cariñoso. Me voy un poco de paseo con él.

Oigo, como a lo lejos, mi nombre: la monja me exige salir a la pizarra, tiza en mano, a explicar y dibujar los poliedros. Malditos poliedros, pienso y me tiemblan algo las piernas al levantarme.

Ando despacio, igual acaba la clase antes de que llegue a la pizarra, no sé, un milagro pequeñito no le cuesta nada al Señor, pero nanay, ya estoy con la tiza en la mano ante la pizarra tragando saliva.

De repente, entra la Superiora con Pedro Sánchez al que acompañan un par de sujetos enormes con traje, que llevan un pinganillo en la oreja. Ha venido el Presidente a visitar nuestro colegio y hoy la clase la va a dar él.

Yo hago amago de volver a mi pupitre, pero no cuela, la monja ha cedido la mesa al Presidente y ella y yo nos quedamos de pie para ayudarlo, dice la monja. El Presidente pregunta naderías que todas, encantadas de olvidar los poliedros, contestamos con aparente interés.

Al poco, pregunta si sabemos qué es la Constitución y como hay un guirigay de voces, la monja manda callar y el Presidente me pregunta a mí, que para eso estoy en la palestra.

Titubeo al principio, pero luego ya tomo carrerilla, que esto me lo sé, y, con voz segura, como si declamara, digo que es la norma Suprema en un Estado de Derecho y dibujo una pirámide en la pizarra y con letra bonita la coloco en el vértice y explico que todas las demás normas están por debajo y que todos debemos cumplirla porque nació de la voluntad de los ciudadanos.

El Presidente me felicita. Su presencia aquí es para explicarnos que la van a reformar y se oye un murmullo intenso de sorpresa y protesta y es que esa lección ya la hemos dado y ahora habrá que volver a estudiarla.

La monja exige silencio y el Presidente me pide mi opinión y yo le pregunto que por qué hay que reformarla y él dice que es ya algo vieja con una sonrisita que enerva a la monja, bastante mayor, hasta el punto de que se encara con él y, con mucho respeto, afirma que no por ser algo viejo es ya inútil.

Y él intenta rectificar y se mete en un jardín del que no sabe salir, hasta dice que otras se han reformado, que es normal y la monja me da un codazo y me pongo a recitar todas las Constituciones de España que murieron por golpes de fuerza sólo porque cuando ganaba un partido se cargaba lo que había hecho el anterior.

El Presidente me mira con cara de pocos amigos mientras la monja, satisfecha, dice que muy bien y todas aplauden. El Presidente aplaude también y felicita a la monja porque nos han enseñado bien la historia, pero ahora no es entonces y no va a haber más remedio que reformarla.

Y yo, que me siento algo crecidita, le pregunto que con qué propósito y si tiene la mayoría cualificada que exige la Constitución para ser reformada. El Presidente, de buenas formas, me pide que me calle y entonces le replico que hay libertad de expresión, lo dice la Constitución, precisamente, y que estoy ejerciendo mi derecho. Mis compañeras vuelven a aplaudir y se forma un revuelo importante.

Los hombres trajeados se tocan el pinganillo, dicen algo por lo bajo y avanzan hacia mí y yo, no sé por qué, levanto el puño y me pongo a cantar la Internacional.

Los del traje se detienen mientras la monja intenta bajarme el brazo, pero yo tengo más fuerza, así que dice que voy a tener que subir al despacho de la Superiora, un poco a voz en grito porque yo estaba ya cantando a pleno pulmón, grito tanto que acabo despertándome, sofocada y sudorosa…

Así que me he quedado sin saber el motivo real del empeño por reformar la Constitución, también Felipe, el ex Presidente, lleva tiempo preguntándolo y ni por esas. Esperaré al próximo sueño.

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