Comerciantes y hosteleros de Barbastro han sufrido la acción de un individuo al que se atribuyen una larga lista de pequeños hurtos, a lo largo de estos últimos meses. Al menos desde febrero pasado, alternando periodos de mayor intensidad con otros de calma, los asaltados refieren cómo esta persona ha intentado robar desde una camiseta a la recaudación. Lo hacía a plena luz del día, en horario comercial, en presencia del dueño o testigos. Con total impunidad.

En las últimas semanas, este individuo habría intensificado su actividad hasta tal punto que los propios empresarios empezaron a correr la voz de alarma entre ellos vía wasap y públicamente, utilizando las redes sociales.

El 6 de agosto, entró en varios establecimientos, arrancando en uno de ellos la caja registradora y causando destrozos. Los afectados denunciaron. Una semana después, el sábado 13, sustrajo 1.800 euros de la caja de un restaurante. El dueño formuló la correspondiente denuncia. El día 15 fue detenido y, a continuación, puesto en libertad.

Ayuntamiento y afectados confían en que la detención tenga una cierta fuerza disuasoria pero a nadie se le escapa que algo falla en el sistema cuando la ley parece proteger más al infractor que al perjudicado por su conducta.

Y no solo ocurre en el caso de este ladrón. Pasa con los pequeños delincuentes que vandalizan el patrimonio urbano, los que ensucian con sus malos grafitis las paredes o los que rompen media docena de retrovisores para pasar el rato. La mayoría se va de rositas.

Aunque el perjudicado denuncie y las fuerzas de seguridad actúen, el sistema se revela lento, ineficaz y laxo con esta delincuencia de baja intensidad. Y en algún momento, habrá que ponerle solución. Porque a este paso la condena por poner el aire acondicionado a 24 grados va a ser mayor que la que dar el palo en la tienda de la esquina. Al tiempo.