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Sol Otto Oliván Al levantar la vista
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El club de las octogenarias (2)

Sol Otto Oliván Al levantar la vista
30 agosto 2022

Remedios y sus amigas octogenarias no han ido de vacaciones. Deben de ser una excepción porque la prensa dice que todo quisque ha salido de casa para remojarse en el mar o subir a la montaña. Remedios sale como cada miércoles a tomar un cafetito con sus amigas. Madrugan un poco más para evitar el calor, pero siguen con su rutina. Cuando llega a la cafetería, Esperanza ya está sentada ante una taza de café y está leyendo un periódico. Se saludan con un beso, como siempre, no hay virus que pueda con ellas. Esperanza le pasa el periódico a su amiga porque se estaba poniendo triste y quiere compartir con ella su pena: una niña afgana ha sido vendida por sus padres para poder pagar los gastos de enfermedad del padre y para que pueda comer el resto de la familia. Viene una foto de la niña. Guapa, de ojos grandes y algo tristes. Se tendrá que casar con el comprador. Reme repasa el periódico y lo deja a un lado porque se está poniendo mala. No es lo mismo ser mujer en unos sitios que en otros. Llega Dolores, la última, como siempre y con cara de felicidad. Se empieza a excusar, aunque no tiene excusa porque ninguna de las tres tiene nada que hacer. Bueno sí, esperar la muerte, eso dice Reme, a veces, cuando le pregunta algún simple por sus ocupaciones.

Dolores, que no ha visto el periódico ni lleva las gafas para poder verlo, anuncia que toda su familia se va de vacaciones y se empeñan en llevársela, no puede quedarse sola del todo. Está contenta Dolores de que se acuerden de ella y hasta ha empezado a pensar en lo que llevará en la maleta. Van a un apartamento en la playa. Tendrá que dormir con el nieto pequeño. Reme y Esperanza, las dos a una, le dicen que si está mal de la cabeza, que cómo se le ocurre y que estaría mucho mejor aquí sola haciendo lo que le dé la gana y sin dar cuenta a nadie de sus actos. Si algo necesita ya están ellas para ayudarla. Y Dolores las mira y tiene que reconocer que igual tienen razón, que no tiene ninguna gana de hacer comidas para todo un regimiento y que seguro que el niño no la deja pegar ojo y se tiene que quedar a cuidarlo cuando los padres y los otros dos nietos, ya mayores, se vayan de jarana por la noche. Y a ella lo que le gusta es ver la película de la televisión mientras se toma un vasito de moscatel y unos bizcochos. Pues eso, contestan a dúo Reme y Esperanza, mejor aquí.

Las tres se ponen a comentar lo bien que lo pasaban de jóvenes sin tanto ir de acá para allá y, como se ponen algo melancólicas, Reme las devuelve al presente y les lee un manifiesto nuevo que va a mandar a los organizadores del Festival de Vino del Somontano, “los Vinos”, para quejarse del sistema de las pulseras de las narices, así las llama, porque no pensaron en ellas ni en muchos como ellas, que ni llevan móviles ni aplicaciones ni saben de esas zarandajas, pero lo pasaban muy bien otros años tomando un vinito y unas tapas. Esperanza alaba la redacción, Dolores el contenido, impecable, como siempre, y firman con todos sus datos bien claritos. Habrá que buscar más firmas, ya tienen tarea para lo que queda de verano.

Dolores pide unos churritos y sus amigas se apuntan, tres raciones y bien cargaditos de azúcar, de algo hay que morir, dicen las tres y se ríen como adolescentes. Comen y beben mientras se quitan la palabra entre ellas. Remedios les sugiere que lean un libro que acaba de terminar y la tiene encandilada, Sostika, de Patricia de Blas, en la editorial Rasmia. Una historia hermosísima de una niña de Nepal. Vuelven al principio: no es lo mismo ser mujer aquí que en esos lugares remotos. Se sienten privilegiadas. Hay que hacer algo, dicen, pero no saben qué. Se proponen leerles a sus nietos y a sus amigos algún fragmento del libro para que conozcan otras realidades y sepan apreciar lo que tienen. En lugar de andar de acá para allá, un viaje interior para variar. Que les hace mucha falta. Dolores decide que no va de vacaciones, tienen mucha faena las tres juntas. Sus amigas aplauden su decisión. Lo van a pasar divinamente aquí.

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