Querido cretino:
Nos conocemos bien, hemos tomado un trago muchas veces, hemos compartido mesa y hasta nos hemos reído juntos en alguna ocasión.
Perteneces a un importante colectivo de personas que tienen una pose moderna, o algo así, que se basa fundamentalmente en la crítica feroz a las personas e instituciones que entregan la vida generosamente por los demás.
Arguyes –entre sorbo y sorbo– que la Iglesia es una institución senil y decadente, que se basa en la transmisión de unas ideas anticuadas que impone a la fuerza a personas sencillas y de buena voluntad que carecen de cultura y de formación. Repites una y otra vez que el progreso y las libertades han acabado ya con el sometimiento a la Trascendencia. Sigues con la cosa esa del opio del pueblo y movidas así. Hablas del caciquismo eclesial y de la involución. Subrayas tu pensamiento, cómo no, con lo del dinero del Vaticano y con la ineficacia de los purpurados.
Confieso que he llegado a entenderte. Pienso que en un mundo tan complejo como el nuestro, en donde parece que no queda nada sólido, tu opinión merece un respeto. Formas parte de un importante ejército de personas cretinas y cómodas que pasan por la piedra a todos aquellos que intentan dar una respuesta a los interrogantes que se plantea el ser humano. En realidad, hay muchos como tú. Eres una piececita más en un engranaje maligno que produce nada y vacío.
A pesar de la amistad que nos une, hay un tema en ti que me molesta en ocasiones; es –ni más ni menos– tu incapacidad manifiesta para comprometerte en lo que vaya más allá de tu ombligo. Criticas al mundo, a las organizaciones solidarias y a toda la gente que piensa en los demás, mientras que tú sólo te preocupas de tus dividendos y de tu estómago.
Te resulta prácticamente imposible reconocer la generosidad de muchos grupos de personas; no sabes apreciar lo que hay de bueno, noble y generoso en tantos seres humanos que miran el mundo desde la compasión. Tu crítica, entonces, me parece vacía y carente de fuerza moral. Me aburren tus teorías sociales y tus análisis estructurales de la realidad. Repruebas, a veces con acierto, a los que quieren hacer algo por los demás mientras que tú, echándole un poco de razones y un mucho de morro, eres incapaz de mover ni un dedo.
Nos observas a todos por encima del hombro; nos miras como encaramado a una atalaya inaccesible desde la que sólo sabes censurar a la gente que se moja por los demás, vigilando, eso sí, que la cosa no te salpique. En el fondo, te encanta ser un cretino. Por eso, y perdona que te lo diga, tu análisis de la sociedad me importa un carajo. Es más, cada vez que abres el pico para denunciar alguna de las cosas que hace la Iglesia, tengo la certeza de que nuestro trabajo no es tan estéril. Pienso –parafraseando a Cervantes– que ladras, luego cabalgamos.
Deseo de todo corazón que algún día bajes de la muralla que has edificado sobre tu soberbia. Deseo que pises el suelo, como nosotros intentamos hacerlo, y de ese modo comprendas lo resbaladizo y complejo que resulta el compromiso…lo arriesgado y apasionante que resulta jugarte el tipo por los demás. Espero que alguna vez le tiendas la mano a alguien, aun a riesgo de equivocarte, y experimentes entonces la fragilidad hermosa del amor.
Sólo así serás feliz; sólo así podrás vivir y vivirte…sólo así podrás empezar, querido amigo, a dejar de ser lo que eres, un triste e infeliz cretino.