La magistral pluma de Santiago Posteguillo me está empapando en estos días con las escaramuzas de la secular historia del imperio romano. Mientras tanto, me ha llegado la noticia de los ciento veinticinco muertos en un campo de fútbol de Indonesia y la de algún que otro enfrentamiento en campos de nuestra tierra, inmersos ya en la vorágine de la “liga”.
El autor citado describe los acontecimientos con tal viveza que uno tiene la sensación de asistir, a veces con horror, a los sangrientos entretenimientos del anfiteatro Flavio o a las trágicas intrigas tejidas en el Aula Magna del palacio imperial.
La historia recreada en el relato ha chocado violentamente, en mi ánimo, con la noticia de la tragedia de Indonesia y de otros enfrentamientos menores, pero demasiado frecuentes, y me ha obligado a preguntarme por qué la violencia termina siendo un ingrediente del divertimento entre los humanos.
Algo hemos avanzado desde los tiempos en los que la ira desatada e inmisericorde de Domiciano sentenciaba a muerte al perdedor y entonces, nadie guardaba un minuto de silencio por los masacrados en la arena del anfiteatro. Pero son demasiados los casos en los que ese fondo violento, que late en la entraña humana, sigue reivindicando la victoria sobre el rival con agresividad.
Aplaudo la decisión acordada por la Federación y la Liga de guardar un minuto de silencio en todos los encuentros de primera y segunda división en memoria de los fallecidos en los disturbios de Indonesia, pero me pregunto si es suficiente. Es algo radicalmente opuesto a los rugidos de la plebe cuando Caronte arrastraba los cadáveres de los perdedores por la Puerta de la Muerte del anfiteatro.
Por eso digo que algo hemos avanzado en humanidad y respeto hacia la vida y dignidad de las personas, pero un minuto de silencio es demasiado breve para recorrer el camino que aún resta para que el deporte sea escuela de valores y no válvula de escape de la agresividad latente en el ser humano. La competitividad no ayuda a desvincular el deporte de la agresividad, sino que más bien juega en contra. Habría que pensarlo durante ese minuto de silencio.