De apellidos Cerezo Mata. Nunca he conocido a una persona tan desvergonzada que entra a un bar lleno de desconocidos y en media hora, los ha convertido en familia. A veces no habla y otras hay que mandarlo callar.
Slavik tiene lo mejor de los dos mundos. En una entrevista a este periódico se describió de forma impoluta: “un barbastrense más y también un ucraniano más”. Tiene la tozudez del Somontano y la hospitalidad de uno de Tarascha. También la fuerza.
Slavik lleva ya ocho meses y cuatro días con un nudo en el estómago. La guerra es lo que tiene. Horror, impotencia, tensión… Y un sinfín de adjetivos más que podrían si quisieran ocupar las páginas de todo este periódico. Pero no se trata de tristeza ni oscuridad porque Slavik no es eso. Es ayuda. Junto a Nina, otra ucraniana más del Somontano, han canalizado a todo aquel que quiere ayudar en ‘Ayuda a Ucrania Barbastro’. Ya van tres camiones y otros tantos envíos que llevan el sello de la solidaridad del Barranqué. Slavik ha sido el pegamento de todo. De un grupo de voluntarios, con su madre Cristina a la cabeza, que aún no logro entender de dónde sacan el tiempo.
Pero esto va mucho más allá. Cosas que se pueden contar y otras que solo Slavik sabe… De hacer de intérprete y de profesor. De estar a solo una llamada sea la hora que sea. Se trata, por ejemplo, de aquella tarde del 21 de marzo en la que me llevó a conocer a una familia numerosa de refugiados… Yo no entendía ni una palabra pero me bastaba con mirar las caras de los niños. Para ellos ver a Slavik era ver claridad entre tanta incertidumbre. Alguien que los entendía y que los hacía reír.
Desde aquel 24 de febrero, Slavik hay días que flaquea. Que por mucho que le da vueltas, no entiende cómo puede estar pasando eso en su país natal. Piensa en lo que tiene allí y a veces sabe lo que quiere hacer y otras no tanto… Lo que Slavik a veces no recuerda es que no hace falta estar en una guerra para luchar, que la libertad se busca de muchas otras formas.
Te hablo de Slavik por puro egoísmo, por orgullo de amiga, porque esta podría ser la historia de cualquiera de los 133.046 ucranianos empadronados en España y de todos aquellos que han huido con una maleta y han encontrado en nuestro país un refugio. De Natalia que está sacando adelante a sus dos hijos en Zaragoza mientras su marido sobrevive en Ucrania… De Natasha que lleva media vida viviendo en la Costa del Sol y que tuvo el coraje de pasar los primeros meses de guerra en el hospital oncológico de Kiev acompañando los últimos días de su madre… De tantas y tantas personas que demuestran que a pesar de todo, hay motivos para seguir.