La Diócesis de Barbastro-Monzón atesora una historia casi milenaria y durante todo este tiempo sobresale el tesón de sus habitantes por la defensa de su sede episcopal.
Tras la Guerra Civil, asolado el clero, sus religiosas y religiosos con los fieles laicos, nuestra diócesis quedará inmortalizada eclesialmente como diócesis martirial, tierra de testigos, “cátedra elocuente que enseña a morir de pie, entre el canto y el perdón, a los testigos del evangelio” como sentenciara el 15 de noviembre de 1992 el cardenal Aquilino Bocos en la catedral de Barbastro, al dar gracias a Dios por los 51 beatos mártires claretianos.
Nuestros mártires no son héroes míticos. Son hombres y mujeres como nosotros, nacidos en nuestros pueblos, que fueron capaces, pese a su frágil condición humana, de seguir a Cristo y de entregar su vida por atestiguar la verdad del Evangelio. Los mártires no apostaban por la muerte sino por la vida Y ellos nos evocan, con su muerte, una cultura muy diferente a la que el mundo de hoy nos ofrece para ser felices y fecundos.
Se puede perder y sin embargo ganar. Esta fue su gran lección. No les quitaron la vida, la ofrecieron como Cristo por la salvación de sus hermanos. Nuestra diócesis se siente urgida a perpetuar este legado de vida.
Y nuestro martirio, aunque hoy sea incruento, no por ello resulta menos arduo, delicado y doloroso, aunque necesario y urgente. Un buen exponente lo tenemos en la actitud valiente y perseverante de tantos padres o educadores cristianos (profesores de religión) que quieren ofrecer los valores que nos legó Jesucristo y tienen que sortear tantas trabas legislativas como indiferencia social o respeto humano para que se adecuen al marco legal.
Nuestro martirio incruento exige fidelidad y coherencia para que ninguno de nuestros hijos se pierda por nuestra mediocridad, respeto humano o cobardía. Felicito a todos nuestros curas, animadores, consagrados y laicos voluntarios en cada una las 8 unidades pastorales por su compromiso en la humanización de nuestra sociedad para que todas las personas que buscan a Dios puedan encontrarlo.
Este es nuestro desafío: llegar a cada una de las personas y ofrecerles valores que recibimos de nuestros padres y abuelos. Estar a su lado, quererles y ofrecerles humildemente nuestro servicio pastoral.