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Ildefonso García Serena Al levantar la vista
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La línea roja, la sanidad

Ildefonso García Serena Al levantar la vista
21 noviembre 2022

En la vida hay pocas cosas que nos preocupen más que la salud. En estos momentos hay protestas en diversas regiones de España, lideradas por el propio personal sanitario que denuncia la escasez de profesionales y recursos. Aunque en la batalla cruzada se han vertido explicaciones diversas, no hay un baremo único para medir el nivel de calidad de un sistema sanitario.

Pero sí disponemos de un dato fácil de comparar: el gasto en sanidad per cápita. La realidad es que España no es de los países europeos que menos dedican a salud. Nos situamos pues cercanos a la media, aunque estamos lejos de algunos países nórdicos y otros próximos.

A pesar de ello, en nuestro país hubo el consenso –más bien un mantra– de que “España goza de uno de los mejores sistemas públicos de sanidad del mundo”. Pero… ¿comparado con qué otros? Siempre me pregunté en base a qué tipo de estadísticas o experiencias personales en otros lugares del planeta, sostuvimos esa afirmación.

Yo siempre lo atribuí a que los españoles –siempre dispuestos a quejarnos de lo público– con los sanitarios sentimos todo lo contrario. Les pagamos mal, pero los queremos. Y con razón. Los abnegados servidores que salvan vidas están ahí por encima de toda contingencia, de todo horario, siete días por semana, mientras las demás ventanillas están cerradas al público. Esta es la explicación. Y resulta de lo más lógico, el sistema descansa sobre ellos. En su caso –como en la enseñanza o la seguridad–recibimos por el dinero de nuestros impuestos un servicio de necesidad incuestionable, cuantas veces sea necesario.

Pero a pesar de su esfuerzo humano, la sanidad comenzó a presentar fisuras ya hace años con los recortes a partir de la crisis que se inició en 2007. Desde entonces el gasto no se ha recuperado en su totalidad. A ello se une que la salud es una demanda humana creciente y lo menos que se acepta es desperfectos por falta de dinero.

Más allá de la realidad de las cifras, lo que cuenta es la percepción del público que asiste preocupado a la sustitución de sanitarios por videoconferencias, huecos en especialidades y sobre todo, las intolerables listas de espera. La sanidad es la línea roja de cualquier político que quiera seguir en el oficio. Pero la salud no se toca. ¿Cómo es que algunos o algunas no lo ven?

Como ya se publicó en un informe durante la crisis anterior por la Universidad de Salud Pública de Harvard, habría que poner en cuestión la idea de que la sanidad es “un gasto” y tal vez ha llegado el momento de contemplarla como una inversión.

Porque un mayor índice de salud de los ciudadanos se traduce en una mayor productividad, se reduce la pobreza y aumenta el rendimiento educativo, circunstancias que compensan el gasto, sobre todo si se añade que según datos de la OMS una mayor esperanza de vida mejora hasta casi medio punto el crecimiento del PIB. Cuanto más se alarga la vida, al mejorar la salud, menos cuesta mantenerla. Así, concluían los investigadores que “la buena salud no es solo consecuencia de desarrollo económico, sino uno de sus motores”. Todo esto parece revolucionario, pero solo es de sentido común y muy simple visto así: los países que tienen sólidos sistemas de salud son los más prósperos. (Antes la relación de causalidad se veía justo al revés).

Puede ser que el asunto de los impuestos sea un tema conectado con la ideología, pero la salud nunca debería serlo. Para algo que funcionaba, no parece la mejor idea plantear un retroceso. El líder político que ignore la relación entre salud pública y economía, no solo habrá ido contra el progreso –pretendiendo equilibrar el Presupuesto– sino que habrá sobrepasado la línea roja que le impedirá ganar futuras elecciones. Al tiempo.

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