Una vez oí a alguien decir a otro que “los cementerios están llenos de valientes”, y el otro, en lugar de encogerse de hombros, le contestó: “Sí, pero son solo los valientes los que escriben la historia”. Este diálogo lo escuché en una película del far west de esas que daban antes los sábados por la tarde.
Estas dos sentencias me han hecho reflexionar muchas veces y siempre he intentado aplicar la segunda en todos los ámbitos de la vida. Si hacemos una extrapolación temporal y circunstancial veremos cómo realmente podemos aplicar en nuestro día a día este segundo aforismo. Evidentemente, en la mayoría de los casos nosotros no nos jugamos la vida por ello, a pesar de que hay gente que realmente pone en riesgo su integridad física por ser coherente consigo misma.
A lo largo de nuestra vida nos encontramos ante situaciones en las que debemos ser valientes, a veces muy valientes. Podríamos aplicarlo a infinidad de circunstancias, pero yo quiero centrarme en aquellas que hacen referencia a nuestro talante, a nuestro compromiso, a nuestras ideas, a nuestros ideales, al sentido de la justicia, en definitiva, a ser uno mismo y no renegar de nuestras opciones de vida. Aquello en lo que una persona cree es, sin duda, un tesoro y una de las cosas más valiosas del ser humano. A veces conocemos a gente que lucha por unos ideales que uno puede considerar utópicos. En otras ocasiones, incluso sus protagonistas saben que nunca van a vencer. Pese a esta realidad, no flaquean y son el revulsivo cuando otros desfallecen. Y es que, y siguiendo con célebres enunciados, “no fracasa quien no triunfa, sino quien no lucha”.
La vida nos pondrá a prueba en multitud de ocasiones. A menudo deberemos decidir qué camino tomar entre un laberinto de senderos. Solo aquellos que decidan, solo aquellos que se arriesguen, acertarán. No importa si en ocasiones nos equivocamos, no importa si a veces caemos. Lo que realmente importa es que cuando hagamos algo lo hagamos decididamente, con entusiasmo, con ilusión. Lo que verdaderamente importa es que no dejemos de hacer nada ni por el miedo ni por el qué dirán, sencillamente hagámoslo.
No existe ningún ideal por el que no valga la pena luchar. A menudo se cree que es más cómodo el quedarse en casa viendo por la tele la historia de nuestra sociedad y nuestro mundo. Hay quien piensa que es más feliz sin complicarse la vida con batallas que solo los románticos siguen protagonizando. Y tal vez tengan razón, tal vez sean más felices así. Pero quizá sea una felicidad engañosa, quizá sea una felicidad superflua. Aquellos que día a día se levantan y deciden dedicar parte de su tiempo a aquellas cosas que, en la mayoría de los casos, no reportan ningún beneficio económico saben que están transmitiendo un mensaje y saben que podrán mirar a sus hijos a los ojos y decirles que ellos han estado activos y se han implicado en un mundo en el que muchos han pasado sin querer comprometerse. Y recuerden, cuando alguien les diga que no vale la pena intentar cambiar las cosas, que el mundo es así, que no se puede hacer nada… contesten: “Siempre son las minorías las que cambian las mayorías”.