En un 25 por ciento de los hogares españoles hay un perro. Su incorporación a la vida cotidiana de sus dueños y, por extensión, de toda la sociedad resulta incuestionable e imparable. Los perros no solo salen a pasear al campo sino que también se han convertido en un acompañante del tiempo de ocio, de bares o de vacaciones.
Ahora estas mascotas requieren nuevos servicios porque su vida ya no se ve reducida al patio o al corral de casa. En una sociedad cada vez más urbanita los canes van ganando espacios. España sigue, de este modo, la estela marcada por los países europeos de su entorno donde las mascotas hace ya décadas que forman parte de la familia, en un grado de inclusión desconocido hasta ahora en nuestro país.
Aunque no hay que olvidar que España ostenta un lamentable lugar dentro de la Unión Europea por el alto abandono de perros. Un perro no es un regalo pero tampoco un humano; su naturaleza es otra. Y lo justo es tratarlo como tal.
Convivir con perros supone un desafío pero también nuevas oportunidades. Por una parte, nadie pone en duda el valor de estos animales de compañía para remediar la soledad, fomentar la empatía y la sociabilidad de sus dueños, por no hablar de otras aplicaciones terapéuticas.
Por otra parte, con esta tendencia nace un sinfín de posibilidades económicas que no se deben desdeñar. En esta nueva realidad, tampoco las administraciones pueden permanecer ajenas porque con sus normas y directrices pueden favorecer o no la convivencia. Pasar de una legislación restrictiva como la que todavía sigue vigente en Aragón (en cuanto a la presencia de perros en los establecimientos públicos) o permitir en los parques unas franjas horarias para la suelta de estos animales, exige a su vez un firme compromiso y responsabilidad por parte de los dueños.
Lamentablemente, no todos respetarán las directrices y, por tanto, tendrán que ponerse en marcha medidas coercitivas en aras una mejor convivencia.