Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Y esta frase cobró hace un año todo el sentido del mundo para Ana Сорока, una joven de origen ucraniano, pero nacida en Barbastro, que tiene su vida dividida en dos municipios: Barbastro y Sviatets (Святець en ucraniano).
“He nacido en Barbastro, pero desde hace cinco años estaba viviendo en Ucrania. A principios de febrero de 2022 volvimos con mi hermana a España para renovar el DNI y el 24 ya comenzó la guerra, por lo que me quedé en Barbastro”, explica la joven, quien recuerda ese momento con mucho dolor. “Estando en España lo pasas el doble de mal porque no puedes hacer nada, pero te sientes mal por no estar allí con tu familia y amigos. Aunque a la vez piensas: menos mal que no estoy allí”, confiesa.
Vuelta a su pueblo en diciembre
En diciembre decidió volver a su pueblo “porque decían que la situación estaba mejor, pero cuando llegamos descubrimos que era mentira”, declara. Solo disponían de una hora de luz diaria aproximadamente y de manera continua estaban escuchando las sirenas antiaéreas. “Sin luz no podemos ni calentarnos, ni cocinar, y tampoco tenemos cobertura, y sin ella no sabemos si en algún momento nos va a caer una bomba”.
Y sin luz, en muchas ocasiones tampoco podían acudir a estudiar a sus centros. “De los 40 días que estuve, solo fui uno al instituto. Y ese día sonó la alarma, por lo que tuvimos que quedarnos varias horas en el sótano. De hecho, mi amiga que sigue viviendo allí me dice que no van al instituto porque continuamente están sonando las sirenas”, añade.
Ana recuerda los días allí vividos con mucha pesadumbre. “Cuando llegue a mi pueblo no lo reconocí. Encima coincidió con la Navidad, pero no se sentía así. Simplemente era un pueblo en el que no existía la vida. No había ni bares abiertos, ni niños jugando en las calles con sus trineos. Ese no era el pueblo que yo dejé. Se notaba en el ambiente la tristeza y la depresión”. Y añade: “Cuando volví a España y vi que Barbastro estaba decorada con cuatro árboles, sentí mucha pena”.
Transcurso de su día a día en Sviatets
Aun con todo, por las tardes y siempre que podían, las mujeres se reunían en espacios en común y hacían recolecta de alimentos, confeccionaban ropa para los que estaban en el frente, etc. “Los habitantes del pueblo se ayudan mucho entre sí, porque por ejemplo existen mujeres mayores que viven solas y dependen de los vecinos del pueblo”.
“También hay toque de queda y recuerdo que para Año Nuevo ni siquiera tuvimos luz. Además, justo cuando el presidente Zelenski emitió sus palabras por televisión, al segundo empezó la alerta por todo el país. Cualquier pueblo, por pequeño que fuera, recibió la alerta y todos los habitantes tuvieron que bajar al sótano”.
Ana estuvo 40 días y “la mitad de lo que vi y me contaron, no sale en las noticias. Cada día veía como pasaban féretros de soldados hacia el cementerio y como los vecinos lo homenajeaban arrodillándose a su paso con las banderas ucranianas y lo acompañaban andando hasta el cementero, aunque fueran kilómetros. También en una ocasión tuve que ir corriendo desde uno de los sótanos hasta mi casa y recuerdo oír sobre mi cabeza cómo los drones sobrevolaban nuestro pueblo. Realmente no veía nada, pero se escuchaban, y no sabes qué te va a pasar”.
Antes de que estallara la guerra, esta joven tenía una vida como la de cualquiera de nosotros, con su rutina, su familia y su grupo de amigos. “Muchos de mis amigos, que tenían 18 años, estaban realizando la mili cuando estalló el conflicto, por lo que fueron directamente a la guerra”.
De hecho, uno de sus amigos desapareció y seis meses más tarde apareció. “Estuvo seis meses secuestrado y retenido por los rusos. Le obligaron a hacerse el pasaporte ruso y lo maltrataron de diferentes maneras. Luego pudo volver a su país porque lo intercambiaron por un soldado ruso”.
Actualmente la madre de Ana permanece en Ucrania junto a su marido. “Cerca de mi pueblo cada vez hay más bombardeos y mi madre dice que cada vez, con más frecuencia y a lo lejos, se escuchan los tanques, por lo que la guerra también se está acercando a esa zona”.
Dentro de la desgracia que acarrea una guerra, Ucrania es un país en el que el sector primario es el predominante, “por lo que muchas familias tienen su propio huerto y animales como gallinas o vacas, de las que obtener leche y huevos. A su vez, muchas tienen chimeneas de leña con las que calentarse y pozos de los que obtener agua. Además, si en España han subido los precios, en Ucrania están por las nubes y muchas personas no pueden permitirse comprar en el supermercado”.
Actualmente reside en Barbastro
A día de hoy Ana está viviendo en España junto a su abuela, su hermana y su tío, Víctor Сорока. “A mí me rompe el corazón no estar en mi país y no poder luchar por las personas más vulnerables. No entiendo por qué tienen que atacar a los civiles, ¿por qué a ellos?”, se pregunta Víctor.
Y añade: “Muchas de las personas que quedan en Ucrania y, sobre todo, en las ciudades más afectadas, están allí porque no pueden permitirse económicamente moverse, están heridos o muchos tienen miedo. A veces en las ciudades en las que peor está la situación envían ayuda humanitaria al centro y la gente no va a buscarla por miedo”.
Por último, da las gracias toda la ayuda que su país está recibiendo. “Estamos muy agradecidos al pueblo español por la ayuda humanitaria que realizan desde Barbastro, por ejemplo. Toda Europa se ha volcado mucho con nuestro país y realmente la ayuda que envían, como los camiones llenos de alimentos y materiales, llegan a Ucrania”, concluye Víctor.