Febrero se ha despedido con dos manifestaciones consecutivas y hermanas. La primera, el lunes 27 en la Plaza del Mercado de Barbastro, en defensa de la Canal Roya, el hermoso valle pirenaico amenazado por la telecabina que unirá las estaciones de esquí de Formigal y Astún. La segunda, el martes 28 en Tierrantona, con los vecinos de otro valle, el de La Fueva, que gritan que no se venden a macroproyectos fotovoltaicos.

Marzo ha amanecido con un inesperado corolario. El miércoles, en el Museo Diocesano, el técnico de Cáritas Huesca Serafín Ventura, hablaba del cuidado del planeta, de que hoy no basta con llevar los plásticos al contenedor amarillo y la nevera vieja al punto limpio. No podemos cerrar los ojos ante los vertederos tecnológicos de países en vías de desarrollo, donde acaban nuestros móviles obsoletos tres años después de haberlos adquirido. Hace falta más, y más en todo y todo el tiempo; es necesario repensar, redistribuir y reestructurar un sistema egoísta, devorador de recursos, que hipoteca el mañana.

En la contestación ciudadana de esta semana subyace la irritación e impotencia de una España –la injustamente vaciada– que contempla atónita como el discurso del reequilibrio territorial y la lucha contra la despoblación convive con la pérdida de servicios y la amenaza de proyectos pensados para enriquecer, favorecer y complacer a otros, pero no a los de aquí.

Y cierto es que equilibrar el desarrollo con la preservación del medio en el que habitamos y sus recursos es tarea harto compleja, pero no es menos cierto que hoy, como hace ocho siglos, el Cántico de las Criaturas de san Francisco de Asís ha de martillear en nuestras conciencias.

“Alabado seas, mi Señor,/ por la hermana nuestra madre tierra,/ la cual nos sostiene y gobierna/ y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas”.