Manuel Vilas, escritor,  vino a Barbastro. Con el tiempo pautado, pero con el reloj parado. Dispuesto a atender a sus lectores y a recibir agasajos sin perder su mirada pausada y cercana. Vilas habló, una vez más, de su última novela. Nosotros. Y sumergieron al lector en la creación literaria a través de una conversación con su amigo Ramón Acín. Una charla de literatura y, por ende, de la vida.

Regresa a su pueblo natal, Barbastro, con premio Nadal bajo el brazo, ¿cómo se siente de volver a los orígenes? 

Muy feliz, soy profeta en mi tierra lo cual resulta bastante original. Pasear por Barbastro me produce un tiovivo de emociones. 

Mientras bajaba desde el hotel hasta este Centro de Congresos observaba los comercios, los de ahora, los que ya no están, las calles… Y me asaltan los fantasmas. 

Yo conservo unos recuerdos muy cercanos, muy vívidos de mi infancia y juventud en Barbastro entre los años 60 y 70, antes de marcharme a estudiar a Zaragoza. Siento algo muy especial y casi puedo entrar en contacto con el niño que fui. 

¿Qué significa el premio Nadal en su trayectoria? 

El espaldarazo de la industria editorial y del público. Importante para mi carrera y me siento contento porque te obliga a dar el do de pecho. Supone, a la vez, una alegría y una responsabilidad. 

Cuando decide presentar esta novela al premio Nadal, en su mente, ¿fue antes la novela o el premio? 

Siempre la novela, siempre. Una vez acabada, estudiamos con mi agente literario la mejor manera de llegar al público y se optó por el Nadal porque se trata de un premio literario y yo soy un autor literario.

Luz Gabás, de Monzón, se alzó con el premio Planeta y poco después, usted triunfa en el Nadal.  

Creo que tendría que servirnos a los aragoneses para confiar más en nosotros mismos. Somos poca gente, pero, dentro de España, Aragón goza de la renta per cápita más alta de importantes escritores. 

En estos momentos existen autores aragoneses de una gran excelencia. Nadie cuenta con tantas firmas, con éxitos tanto nacionales como internacionales, en relación con su población. 

Muchos lectores le descubrieron con ‘Ordesa’. Tras esta lectura, ¿qué título de su producción recomienda? 

Sin duda alguna, la última, Nosotros. Lo vivo un poco como los hijos. Se les quiere igual, sin embargo, estoy entusiasmado con la última.

Se trata de una novela compleja. La protagonista, Irene, una mujer empoderada, de 50 años, que se ha quedado viuda y trata de recordar esa historia de amor que vivió con su marido y así inicia un viaje, una road-movie. En el libro aparecen muchos hoteles y he estado en todos, excepto en uno, que no podía permitírmelo.

Y se ha metido en la piel de una mujer. 

Como escritor necesitaba un desafío y este consistía en crear a una mujer. No niego mi parte femenina y existe una larga tradición de escritores que, en algún momento, han sentido la urgencia de explorar lo femenino. Mi gran preocupación se centró en la verosimilitud de la novela. Que Irene, el personaje, resultara creíble como mujer. La leyó Ana Merino, mi pareja, y me respondió algo sorprendente para mí: “Sí, es una mujer. Y si alguien cree que no, que hable conmigo”. 

Describió esta obra, en la recepción del Nadal, como una suerte de ‘thriller’ existencial. 

El amor es esencial y junto al amor van ligados el sexo y el placer. La gracia de la literatura es que nos habla de la vida. 

Y la poesía. 

Hace muy poquito que he publicado una antología extensísima titulada Una sola vida. Yo sigo siendo poeta, pero mis públicos lectores me vienen de la narrativa y, en estos momentos, me siento más cómodo, infinitamente, más cómodo con la narrativa.

Y de autores, actuales y españoles, recomienda leer a… 

¡Madre mía! Espero no dejarme a ninguno. Yo estoy leyendo a Miguel Ángel Hernández, Sara Mesa, Ignacio Martínez de Pisón, Ana Merino, Elvira Navarro y Luz Gabás. A Luz la quiero mucho, una mujer extraordinaria que ha sabido crear una carrera desde Anciles. Y créanme, vivir en el valle de Benasque y triunfar como ella lo está haciendo no resulta nada fácil.