Hace tres semanas que culminó una campaña con la que la Acción Católica ha incitado a tomar conciencia de que el cuidado de la “Casa Común” afecta a todos. La casa común es la “hermana-madre tierra”, que “clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella”, por decirlo con palabras del papa Francisco en su encíclica Laudato si.
Esta encíclica va a cumplir ocho años y sus denuncias y propuestas siguen siendo actuales, necesarias y urgentes. No se puede permitir que el ajetreo del día a día la condene al olvido, porque en el cuidado de la Tierra nos va la vida a todos.
Si ponemos el foco sobre los residuos que flotan en el océano y los que convierten a algunas zonas del planeta en auténticos basureros, la afirmación de que consumimos el doble de lo que el planeta es capaz de asimilar produce un malestar similar al de quien se siente afectado por una pandemia peor que la del coronavirus: la de la insensatez colectiva.
Las lluvias torrenciales y las correlativas sequías pertinaces deberían ponernos en guardia. El cambio climático no es una quimera, aunque tratemos de consolarnos pensando que siempre ha habido ciclos. Las normativas que tienden a desarrollar una industria menos contaminante y más respetuosa con el medio ambiente no deberían encontrar detractores apoyados en el su mayor coste económico.
La campaña sobre el cuidado de la casa común ha buscado hacernos conscientes de que “La Tierra te pide ayuda. Sí, a ti”, como rezaba el díptico que la promovía. ¿Qué pasará, si no actuamos? ¿Qué estamos haciendo aquí y ahora por el cuidado de la Tierra? ¿Qué más podemos hacer? Aquí entran en juego las “erres”.
El ponente de la charla-coloquio con la que se culminó la campaña puso el acento en la necesidad de un compromiso personal en la línea de las “tres erres” clásicas: reducir el consumo, reciclar y reutilizar, a las que añadió otras tres absolutamente necesarias: repensar nuestro modelo de vida; reestructurar el sistema económico para que, en lugar de producir bienes superfluos, se centre en la satisfacción de las auténticas necesidades; y redistribuir, porque todos tienen derecho a proporciones equitativas de los recursos.
Sería una tragedia que estas “erres” chocasen con la indolencia de unos a la hora de reciclar los residuos diarios, con la insensatez de quienes piensan que les va la vida en conseguir el móvil de última generación, y con el egoísmo de quienes están convencidos de que la Tierra es de propiedad particular. “La Tierra te pide ayuda. Sí, a ti”.