Hay algo en los procesos electorales de fin y comienzo de ciclo, de suma y sigue –en ocasiones– o de punto y aparte –en otras–. En estas últimas, la evolución aparece muchas veces acompañada de una maniobra náutica tan sencilla como la de soltar lastre.
La imagen de un globo aerostático dejando caer saquitos de arena para ganar altura y ligereza expresa a la perfección el eficaz funcionamiento de las leyes de la física: el mismo peso que puede hacer ganar estabilidad, por ejemplo en una tormenta, ralentiza la marcha cuando se quiere ir más lejos o más deprisa.
De ahí, muchas veces, viene el dilema: ¿cómo prescindir de esa piedra que evitó que el aire zarandeara la nave y la llevara a la deriva? ¿Cómo decirle a esa persona que entorpece, ralentiza o detiene la marcha que salte de la embarcación? Y, sobre todo, si no se quiere marchar.
Como ocurre en las relaciones personales o en las empresas, que respiran al deshacerse de quien las lastra, sucede en política que algunos de sus moradores se aferran al sillón como la arena al globo aerostático.
Los mismos nombres, en las mismas listas, treinta años después, pueden ser un reconocimiento al buen hacer, a la experiencia o la veteranía pero con mucha frecuencia son el tapón que impide algo tan natural y sano como la renovación.
Las revelaciones sobre las candidaturas, los movimientos en los partidos y de unos partidos hacia otros, nos mostrarán estos días que los pesos pesados, cuando dejan de estabilizar, son solo lastre. La realidad nos enseña que cuando uno le coge el gusto a la navegación, al final le acaba dando igual el barco o el globo aerostático, con tal de estar a bordo y seguir la travesía.
Atentos a los movimientos que se anuncian y a los que solo se atisban en el horizonte. Porque hasta los políticos que dicen que lo dejan van buscando cómo seguir: por otro pueblo, por otras siglas, por otra vía, quizá no de partido.