El recién estrenado debate sobre la Inteligencia Artificial a partir de la puesta en el mercado de la aplicación ChatGPT, es en realidad un falso debate. Naturalmente el tema puede ser visto por muchos como una amenaza para la sociedad o simplemente para el trabajo humano. Si la máquina puede redactar en pocos instantes un artículo como este que están leyendo –incluso infinitamente mejor que este, con muchos más datos tomados de las innumerables fuentes que existen y que han sido filtrados y recogidos de la red– el lector puede preguntarse con toda legitimidad: ¿Para qué se necesitará en un futuro a un ser humano que lo escriba.
Cierto es que la IA todavía no funciona perfectamente y que tardará un tiempo en hacerlo, pero será muy pronto cuando se consiga un nivel de fiabilidad suficiente. Por culpa de la IA –dicen los más pesimistas– se sustituirán manos y cerebros en innumerables campos, lo que es cierto. Pero esto no es una novedad pues ese proceso, en realidad, comenzó a partir de los años 60 del pasado siglo, cuando se empezaron a conocer los primeros ordenadores y la robótica industrial; solo que ahora este proceso de automatización y sustitución se hará mucho más veloz con la IA, que se diferencia básicamente de la vieja computación en que la nueva no solo acumula sino que “aprende”, y lo hace de una manera “similar” a como lo hace el cerebro de un niño. Dicho sea esto último como una aproximación no valorativa, para entendernos…
Aún no sabemos del todo cómo funciona el cerebro de un ser humano, ni cómo se forman las emociones, ni en qué medida estas forman parte del proceso de aprendizaje de las personas. Etcétera. Pero sí sabemos –lo saben los ingenieros– cómo funciona este cerebro de la IA. Es todavía una gran diferencia con el nuestro. Una máquina puede captar y leer hoy los colores en una cartulina, o reconocer unas notas musicales, pero no sabemos qué clase de emociones produce esa misma carta de colores o qué es música en nuestro cerebro humano. No es descartable nada, ni siquiera un progreso tecnológico de la IA hasta llegar a la inteligencia humana, entendida como capaz de emitir o crear emociones, pero hoy nadie lo sabe. Tal vez –ojalá, pienso– haya barreras infranqueables; hoy no lo sabemos porqué ni siquiera conocemos las propias nuestras, las humanas.
Y por otra parte están los que ven en el desarrollo de la IA una gran oportunidad para dar un gran salto hacia adelante. Solo basta contemplar sectores donde actualmente existan lagunas infinitas de desconocimiento e intentar imaginar en ellos las aplicaciones de la nueva tecnología. Como muestra un botón: decenas de miles de personas en el planeta no pueden ser diagnosticadas a tiempo y mueren, o bien porque sus síntomas diferenciales son muchos y se confunden unas enfermedades con otras, o porque son enfermedades marginales casi desconocidas. Pues bien, con la creación de un banco mundial de datos de casuística médica, alimentado con cientos de millones de historias clínicas y casos, cualquier facultativo en un lugar remoto y aislado podrá introducir los datos de un paciente y en minutos disponer de un diagnóstico prácticamente infalible y tal vez disponer de las instrucciones de un tratamiento de urgencia. Lo mismo podrá hacerse en educación, agricultura, ganadería, recursos hídricos, energía, arquitectura, construcción, transportes, y mil problemas más que hoy existen sin solución.¿Quiere decir esto que habrán de desaparecer las profesiones u oficios que hoy existen y que atienden a estas necesidades? Por supuesto que no, al menos yo no lo creo, pues pienso que más bien se trasformarán. Pero una de las pocas certezas sobre la IA –probablemente hoy la única previsible– es que todo o casi todo va a cambiar. Y lo va a hacer en un periodo de tiempo mucho más rápido de lo que hoy podemos imaginar. Por eso creo que es un falso debate. Porque la IA ya está aquí para siempre, pues el conocimiento es irreversible, y se producirán grandes oportunidades, enormes, al tiempo que se convertirá en una amenaza para aquellas sociedades o grupos humanos que no puedan acceder a ella o no quieran adaptarse a su inevitable presencia. En el dominio global de estas tecnologías se encuentra la base de la confrontación geopolítica de las grandes superpotencias. Ese es otro dato para tener en cuenta el reto tecnológico de la IA y estar muy preparados como país.