Los informativos de la Semana Santa han dedicado buena parte de su tiempo a glosar las ceremonias religiosas, sobre todo las declaradas de interés turístico local, regional o nacional, y a destacar el alto grado de ocupación de hoteles y restaurantes que estas ceremonias han propiciado.
Nada que objetar, desde luego, a que los turistas, como las abejas el polen, muevan el dinero de un sitio a otro, en una economía demasiado contingente, en mi opinión, pero que, de momento, parece funcionar. Claro que no para todo el mundo funciona igual de bien. O de mal.
En los mismos informativos se daba cuenta del creciente número de ciudadanos que engrosan las llamadas colas del hambre, recogiendo lotes de alimentos en organizaciones o instituciones de caridad. Dos mundos socialmente alejados, pero físicamente próximos, conviven en un mismo telediario, claro que, con el segundo, las colas del hambre, presentado como anécdota, dependiente de una inflación coyuntural, y el primero, el mundo de yupi, como tendencia. Parece que el llenazo de Semana Santa no ha sido más que un anticipo de lo que vendrá en verano. Ya veremos.
Porque la inflación, el incremento de los precios, es una variable numérica y a los números, en un entorno anumérico, se les puede hacer decir casi cualquier cosa. Por ejemplo, si el mes pasado los precios subieron un 8%, en relación con un precio de referencia, y este mes suben un 4%, los medios de comunicación suelen presentar la noticia asegurando, tras voltear las campanas, que la inflación ha disminuido un 4%, es decir, que ha pasado del 8 al 4%. Pero la realidad es que ha pasado del 8 al 12%. El relato al servicio del relator o del que le paga. Nada nuevo bajo el sol.
Todo esto tiene una importancia relativa, porque la economía, la política, la vida, todo, parece estar ahora al albur de lo que seamos, o no, capaces de “digitalizar”, sin que acabe de estar claro lo que eso significa. El portavoz parlamentario del PSOE decía, a título de ejemplo, que, “ante la emergencia climática y el estrés hídrico”, la solución es “digitalizar” los regadíos, cosa que “permitirá hacerlos más eficientes, recuperar ríos y restaurar acuíferos”. Hablar por hablar. Hay gente que cobra por escribir estas cosas y otros por repetirlas.
Pero los árabes ya construyeron un sistema de riego muy eficiente que, en los lugares donde se ha conservado, sigue siéndolo. Además, al menos por aquí, el turismo parece seguir siendo la apuesta principal, aunque haya que aceptar pulpo como animal de compañía y el desastre de la Canal Roya, nieve o no nieve, como sostenible.
Dicho esto, y a propósito de la pregunta que encabeza este artículo, no tengo ni idea de a quién votar. Quizá no vote. Es algo, el resultado electoral, que preferiría confiar al azar. Por ejemplo, eligiendo a concejales o diputados por sorteo, entre los españoles mayores de edad que supieran leer, escribir, sumar fracciones o escribir sonetos, por ejemplo. A partir de ahí, y en función de las carencias apreciadas, se podrían ir afinando los requisitos, en sucesivas elecciones, hasta obtener la lista perfecta. Cosa de unos pocos años. Seriamente, yo no creo que las cosas vayan a ir por ahí, a pesar de las evidentes ventajas del sistema, pero tampoco que el actual, muy dependiente de entes tan imperfectos como los partidos políticos, se vaya a mantener indefinidamente. Está acumulando demasiados fallos.