Falta material de construcción, plástico, cartón e incluso vidrio para hacer botellas. También escasea el aluminio y el metal. El retraso de los microchips son un quebradero de cabeza para las fábricas de vehículos y otras muchas empresas durante esta ‘crisis de suministros’. Regina Escario, doctora en Economía del Departamento de Economía Aplicada de la Universidad de Zaragoza, atiende a El Cruzado para analizar qué está pasando realmente y asegura que no debemos ser “alarmistas”.
¿Qué está sucediendo? Hay una carencia de muchos productos.
Sí, realmente se ha producido la “tormenta perfecta”: es decir, es una confluencia de factores de oferta y de demanda la que está generando esta crisis de suministros.
Por un lado, la demanda de bienes crece como efecto rebote tras el parón pandémico. La “demanda embalsada” durante el confinamiento se está materializando ahora, ayudada además por el ahorro acumulado durante ese tiempo, los estímulos fiscales de los gobiernos nacionales y del Fondo de Recuperación europeo y las facilidades financieras que de momento garantiza la política de bajos tipos de interés del Banco Central Europeo.
Nos hemos acostumbrado a estar más tiempo en casa, y en ese tiempo nos hemos dado cuenta de que el colchón, el frigorífico y las ventanas están viejos. También teletrabajamos más. Así que demandamos ese tipo de bienes: todo lo que tenga que ver con la mejora del equipamiento del hogar y con la digitalización.
Por el otro, la oferta (esto es, el sistema productivo) no da abasto para cubrir toda esa demanda, restringida como está por sus propios problemas. Entre otros, se enfrenta a un repentino aumento de los costes –al haberse encarecido las materias primas, la energía o el transporte– así como a continuos retrasos en la llegada de suministros necesarios para la producción. Tenemos casos de industrias que se ven obligadas a parar su actividad por no disponer de ellos, o porque con la subida del precio de la energía la actividad no resulta rentable.
En resumen: el tirón de la demanda –tanto de bienes finales, por parte de los consumidores, como de materias primas y componentes intermedios para las empresas industriales– unido a las dificultades de la oferta, hace que los precios incrementen. Este panorama, pese a sonar catastrófico, no será eterno: es cuestión de tiempo que la disrupción provocada por el parón pandémico y la posterior reactivación económica se alivie, y oferta y demanda se reajusten.
¿Se está generando miedo a la sociedad respecto a este tema? El problema del miedo, en economía, es que puede generar un efecto de “profecía autocumplida”. Es decir, si tengo miedo de que algo suceda (que suba el precio de ese producto que deseo comprar, que se agote), tenderé a adelantar esa compra para tratar de evitarlo. Pero si todos actuamos igual, el aumento de la demanda agregada de ese bien hará que efectivamente se produzca la escasez y aumente su precio.
Por eso, el mensaje debe de ser de tranquilidad. La demanda se adapta: hoy en día, si no encuentro la lavadora que quiero, puedo encontrar muchos otros modelos alternativos. O, si la necesidad no es tan urgente, puedo esperar a que vuelva a haber stock.
¿Se van a incrementar los precios en exceso de los aparatos tecnológicos ahora que llega el Black Friday y Navidad?
Los precios aumentarán en la medida en que los productores se vean forzados a trasladar al consumidor el aumento de los costes de producción (encarecimiento de componentes, energía, materias primas, transporte…).
Los fabricantes pueden tener la idea, en un principio, de no subir precios… Pero dependen de cuánto se alargue la situación: de cuánto tiempo puedan soportar la reducción de su margen de beneficio, o incluso las pérdidas.
Estamos viendo incluso a los llamados “preparacionistas”, un modo de vida en muchos casos que pretende estar preparado con numerosos víveres en sus casas para posibles nuevas pandemias o situación imprevistas. ¿Qué opinión merece?
El miedo es libre, pero yo no sería alarmista. Ya vimos lo que pasó con el papel higiénico al principio de la pandemia: nada. Puede haber una ruptura momentánea de stock de un producto puntual. Pero el sistema productivo tiene capacidad de reacción, y la oferta de productos y marcas es amplia y variada.
A corto plazo, ¿cabe la posibilidad de que los precios sigan aumentando?
Las previsiones apuntan a que las tasas de inflación van a mantenerse por encima de lo que estábamos acostumbrados durante un tiempo. El BCE, por ejemplo, apunta a que la presión inflacionaria debería relajarse hacia final del segundo trimestre del año que viene. Una vez pasado el invierno, porque en el alza de precios actual el encarecimiento de la energía juega un papel fundamental. El problema es que a día de hoy las energías renovables todavía no pueden garantizar la suficiencia energética. Y adolecen de intermitencia al no ser de momento económicamente viable su almacenaje a gran escala.
¿Y a largo? Porque, ¿va para largo plazo?
Depende de cómo de largo consideremos ese plazo. La postura oficial (Banco de España, Banco Central Europeo) es que la presión inflacionista va a ser temporal. Pero no se espera que se relaje hasta, como he dicho, la segunda mitad del año que viene.
Otro riesgo añadido sería que se produjeran los llamados “efectos de segunda ronda”: esto sucedería si la subida de precios, en principio transitoria, termina trasladándose a pensiones y salarios. Es decir, si se suben también pensiones y salarios para evitar que pierdan capacidad adquisitiva. Esto, aunque a nivel individual podamos verlo como algo positivo, a nivel macro generaría un círculo vicioso, retroalimentando la inflación.
¿La raíz del problema es anterior a la llegada de la pandemia?
El problema de la escasez de suministros es, principalmente, fruto de la interrupción y posterior reactivación de la producción generadas por la pandemia. Estaba previsto que sucediera, en mayor o menor grado. De hecho, muchas empresas se preparaban para ello desde hace tiempo comprando con antelación materias primas y acumulando stocks. Pero es que todavía hoy, los contagios pueden paralizar un puerto durante semanas, como ha sucedido este agosto pasado en China.