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Carlos Gómez Mur A cuatro manos
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Verano

Carlos Gómez Mur A cuatro manos
06 julio 2023

El invierno ya no era lo que fue y parece que el verano tampoco es lo que era. Un mes de junio sorprendentemente lluvioso ha puesto a prueba las débiles infraestructuras urbanas y los caminos rurales, ha dañado aleatoriamente las cosechas y, al menos en una ocasión, incluso nos ha permitido recordar cómo eran los cortes del suministro eléctrico. La AEMET anuncia ahora un verano muy caluroso, lo que tampoco parece un anuncio especialmente arriesgado, aunque no recuerdo que hubiera anunciado los excesos en la pluviometría, así que ya veremos.

Los límites establecidos hace un año por el gobierno para el aire acondicionado, así como la obligatoriedad de establecer puertas estancas de cierre automático para evitar el intercambio de calor con el exterior, parecen haber caído en el olvido, como tantas otras ocurrencias. La ocupación de la vía pública por terrazas, sin embargo, establecida como solución provisional durante la pandemia para los bares que no dispusieran habitualmente de ellas, parece haber devenido permanente.

La pandemia misma ha perdido bastante fuerza, sobre todo desde que la OMS la dio por terminada, pero aquí el gobierno sigue resistiéndose a suprimir el último recordatorio de su capacidad para obligarnos a hacer cualquier tontería que se les ocurra. La mascarilla, hoy lunes 26 de junio, sigue siendo obligatoria en establecimientos sanitarios.

El verano, que acabamos de estrenar, ha sido recibido con alborozo por hosteleros y veraneantes. Se anuncia, dicen, con toda la monserga al uso, un verano excepcional, esto es, reservas al 100%, playas saturadas, festivales abarrotados, zonas de montaña en las que habrá que limitar el acceso, siquiera sea nominalmente, para tratar de ralentizar la destrucción del paisaje, y el país paralizado, de hecho, hasta después del Pilar.

La novedad, este año, es que todo esto ocurre entre dos convocatorias electorales, la primera de las cuales, de carácter local y autonómico, ha supuesto una considerable pérdida de poder para la izquierda, y una segunda, de carácter nacional, para tratar de compensar la situación, manteniendo el poder del Estado. No sé si alguien recordará aquellos tiempos en los que el marketing electoral estaba vetado fuera de las campañas electorales o en los que se ventilaban modelos de sociedad distintos. Yo sí que los recuerdo y no tienen nada que ver con estos.

Actualmente la campaña, permanente, consiste en vender el producto propio y denostar al contrario, compitiendo por un puñado, más bien marginal, de votos, que son los que decidirán cual de los contendientes disfrutará, durante los próximos años, de los privilegios del poder. Un poder que podrá utilizar, y muy probablemente utilizará, para tocarnos las narices, imponernos colas absurdas para resolver cualquier tontería, legislar o producir normativa innecesaria sobre cualquier cosa que se les ocurra, con medidas que a ellos no les afectarán y sobre todo, claro, recaudar. Sus oponentes permanecerán tranquilamente a la espera, a la sombra de algún escaño, concejalía o lo que salga, donde matarán el tiempo hasta que les toque, otra vez, el turno. Y así, ad infinitum.

Al menos, claro, mientras los recursos disponibles sean suficientes y el número de descontentos y el grado de descontento, se mantengan por debajo de un nivel crítico. Es decir, mientras la economía, la energía, el clima, la sobreocupación de partes del territorio, una tecnología cuyos arcanos son cada vez más incomprensibles para la mayoría, la fragilidad del sistema monetario y otros factores, no se confabulen para romper la ilusión de que el estado de bienestar del que, a pesar de todos estos…, disfrutamos es permanente y el progreso una función lineal del tiempo.

Feliz verano.

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