La tentación nos llama. Oímos hablar de un tema y, sepamos o no de qué va, una fuerza invisible nos empuja a opinar. Se trata de un rasgo común a muchos seres humanos, espoleados incluso por las redes sociales, y que algunos consiguen frenar, trabajando la prudencia y la templanza.
“Más vale permanecer callado y parecer tonto que abrir la boca y confirmarlo”. La máxima, con diferentes atribuciones, y la ironía que destila merece una segunda lectura, reflexión y práctica.
En este tiempo electoral, los medios de comunicación volvemos a estar en el centro de la diana. Que si favorecemos a un partido u otro, que si acudimos a unas convocatorias sí y a otras no, que si los intereses económicos, que si nos inventamos esto u omitimos lo otro… Cansa la cantinela de siempre ante la que defender la independencia del criterio de los periodistas.
Nuestro empeño es humilde: tratamos de informar y analizar lo que pasa a nuestro alrededor abriendo el foco, aplicando nuestra experiencia profesional y vital, confrontando las ideas y narraciones que nos transmiten que, dicho sea de paso, casi siempre encierran algún interés, mayor o menor.
Los periodistas se examinan todos los días. Usted, lector, tendrá en cuenta qué y cómo escribimos, qué fotografía escogemos; si es un oyente de radio, analizará también los silencios, el timbre de la voz. Bien hecho.
La labor del periodista casi nunca es fácil. Y la dificulta aún más que haya agentes económicos, sociales, políticos y, en alguna ocasión, hasta compañeros de profesión, que menosprecian este oficio cuando no se ajusta a su idea de cómo debe ser una información, qué actos deben cubrirse y qué palabras usarse. O quién debe salir en la foto.
Entre las responsabilidades del periodista también está la de denunciar injerencias y presiones, sobre todo cuando estas obedecen a intereses espurios. Y eso hacemos.