Se puede afirmar que la inmensa mayoría de los educadores y psicólogos está de acuerdo en denunciar que el uso actual de los teléfonos móviles entre los niños es un auténtico riesgo para su desarrollo intelectual y su capacidad futura de relacionarse socialmente y tener una vida satisfactoria.
Cada vez estos usuarios indefensos debutan más jóvenes al tiempo que crece el tiempo de uso entre sus manos. De la misma manera que sucede con cientos de objetos cotidianos aparentemente inocentes, su uso puede ser bueno, malo, peligroso o muy peligroso y el problema con el móvil es que nos resulta altamente adictivo –para los adultos y aún más para los niños– pero al contrario que muchos productos que sí están restringidos por las leyes, el móvil no.
¿Y cuáles son esos efectos perversos y aún más peligrosos cuanto más jóvenes son los niños? Pues son varios y todos representan una mala noticia para los padres y una muy mala para la sociedad de futuro en su conjunto.
Dejar sin limitación y restricciones un teléfono inteligente en manos de un niño por debajo de una edad razonable –un ser claramente inmaduro sin las conexiones neuronales construidas– representa el riesgo de que este quede progresivamente recluido en una burbuja artificial. Mientras somos niños y estamos utilizando un teléfono requerimos de una determinada concentración mental que nos aleja de nuestro entorno directo, físico, afectivo, por mucho que en el caso de las redes sociales parezca todo lo contrario.
La imagen más típica y alarmante que todos hemos visto es la de una familia con niños comiendo en un restaurante y todos sus miembros mirando las pantallitas, cada uno entretenido con una cosa distinta. Los niños que pasan mucho de su tiempo ejercitando juegos preestablecidos o consumiendo contenidos pueden estar acostumbrando a su cerebro a no adquirir capacidades deductivas y limitar su innata creatividad. Es decir, aprender a defenderse en la vida.
No están ejercitando su imaginación ni añadiendo información a su memoria. Todo el tiempo gastado en el teléfono no lo dedicarán a pintar, a dibujar, a jugar con el barro, a observar las hormigas, las lagartijas y toda la Naturaleza inmensa, misteriosa y maravillosa que se mueve en su entorno.
No aprenderán, no adquirirán experiencias reales. Tampoco llorarán, ni discutirán, ni protestarán, ni desarrollarán sentimientos o emociones verdaderos y reales con los “otros” seres humanos que pululamos a su alrededor, es decir, abortaremos su imprescindible proceso de socialización y este quedará dañado para siempre. Esos son los riesgos y aunque parezca exagerado no lo digo yo, lo dice la comunidad científica. Eso, aparte de otros muchos daños (el consumo de pornografía vía móvil comienza de promedio a los once años. Aterrador, cierto, pero… ¿estamos restringiendo los móviles?)
Hasta que se prohíba o restrinja el uso de los móviles y las tabletas en las escuelas –como ya se ha empezado a hacer en algunos países– y para variar se regrese de vez en cuando al lápiz y la goma de borrar, nosotros podemos hacer algo muy importante aquí y ahora: avisar a los padres que están a tiempo de tomar medidas.
Quizás ellos le sacan provecho al móvil y por supuesto eso es así; pero ese mismo instrumento –que nació solo como un sistema de comunicación– hoy tiene infinitas “aplicaciones” adictivas y en las manos de sus hijos de cierta edad es un peligro real y una epidemia contra la cual la única vacuna es la determinación de los progenitores de limitar radicalmente su uso sabiendo lo mucho que está en juego.
Si usted tiene hijos pequeños o nietos, pase la voz. El verano y las vacaciones es buen tiempo para que ellos –pobrecitos– empiecen a ver de cerca que las lagartijas tienen cola. Y tal vez le pregunten acerca de ese tema, un asunto nuevo, tan misterioso como extraordinario.