JMJ: Una experiencia para repetir. La edad mínima para acudir con un grupo a la Jornada Mundial de la Juventud se estipula en 15 años. Con 15 años (en noviembre, 16) las hermanas Elisa y Carmen Angulo Mur, de Barbastro, acaban de regresar de Lisboa. De su edad había otras chicas más, Julia Espuña (con quien aparecen en la foto y quien acude con ellas a la catequesis de Confirmación) y Dafne Sierra.
De las hermanas, Carmen tenía realmente ganas de vivir en primera persona una Jornada Mundial; a Elisa le costó un poco decidirse. “Mi hermana lo tenía muy claro por tratarse de una experiencia nueva y en otro país. A mí me costó unirme –se sincera– porque me gusta poco esperar y las horas de autobús se me hacen interminables. También pensaba en las colas y en que era una semana en la que no iba a estar en Colungo… Pero ahora puedo decir que la experiencia mereció la pena. No me esperaba ese panorama”. Carmen también se muestra entusiasta con esos días. “El ambiente es impresionante. Somos miles y miles de jóvenes cantando, rezando, divirtiéndonos… Toda la gente muy abierta y amigable”.
Como la mayoría de los españoles, los jóvenes de la diócesis de Barbastro-Monzón se reunieron en Cascais. Se alojaban en espacios públicos, como polideportivos o colegios y dormían en sacos de dormir en el suelo (sobre una esterilla o un delgado colchón quien se lo había traído). Con pocas duchas y mucho calor. “Un sacerdote ya nos comentó que pronto nos íbamos a olvidar de las incomodidades y que sólo nos acordaríamos de lo bueno porque lo importante era lo que íbamos a vivir”, añaden. “Conoces a gente de todo el mundo. Nosotras estuvimos hasta con una chica que había venido desde Indonesia. También nos contaron de otro grupo que había llegado desde Barcelona caminando. Resulta todo muy impresionante. Por supuesto, con quienes más estás son con los de tu diócesis”.
Cada grupo va tras su bandera y esto, cuando hablamos de cientos de miles de personas congregadas, no resulta un gesto gratuito y despreciable. “Te ayuda a orientarte y a saber dónde se situaban los tuyos y con quién te ibas encontrando”. Una de las costumbres instauradas en las JMJ es el intercambio de pulseras entre los participantes. “Todo es tan alegre…”.
Ellas han sido de las pequeñas, aunque también vieron a niños que acudían con sus padres y sus familias por libre. Sin embargo, para ellas resulta importante contar con alguna madurez en la fe para disfrutar al máximo de esta experiencia. “Se veía que los sacerdotes y los obispos que nos hablaban se sentían conectados con la juventud. Trataban de lo que nos importa y nos preocupa”, señalan.
Del programa de esta JMJ de Lisboa Carmen Angulo destaca el Via Crucis (al que califica como “espectacular”) y los rise-up, música y catequesis con la que se despertaban cada día. De los mensajes quieren resaltar las palabras que el Papa Francisco les dirigió y en las que puso de manifiesto que la Iglesia está abierta a todos, también a los jóvenes.
Compartir la fe, cuando uno es joven y vive en esta vieja Europa, supone una inyección de esperanza y de ánimo. “Nosotras vamos a misa y a veces nos sentimos solas porque no hay jóvenes. Así que ver que otros jóvenes comparten tu fe resulta gratificante porque te das cuenta de que no estás solo”.
La huella de esta semana vivida en Lisboa al calor de la fe que da viva porque, al menos Carmen, confiesa rotunda que intentará acudir a Seúl 2017, sede la próxima JMJ.
Adrián Bordas Delgado
Después de ir casi a ciegas a Portugal, sin tener claro qué iba a vivir y sentir, volví a casa con ganas de más y muy alegre.
La primera semana, los días con la diócesis, la pasamos en pequeños pueblos de Portugal cerca de Santiago da Guarda donde por parejas, amables familias nos acogieron ofreciéndonos un hogar, comida, transporte… En mi caso, viví con un matrimonio con dos hijos pequeños. A pesar del idioma, tuvimos una gran relación, el día que pasamos con ellos nos llevaron a ver Fátima y compartimos más momentos.
Respecto al grupo de la diócesis, llevamos a cabo diversas actividades que nos ayudaron a conocernos y a afianzar grandes amistades. Convivíamos jóvenes de Portugal, Zamora, las diócesis de Aragón y otros lugares. Empezábamos el día con la oración para coger fuerzas para la jornada. En estos días, nuestros anfitriones nos enseñaron cómo elaboraban el pan, queso y cestos de mimbre de forma artesanal. Otro día visitamos la ciudad de Coimbra. También hicimos una excursión acompañada de una reflexión y un Vía Crucis que acabó con un gran festival donde nos encontramos con multitud de italianos.
Después de esta semana de grandes emociones, hicimos las maletas y nos fuimos a Cascais. En esta ciudad, a media hora de Lisboa, fuimos acogidos en un colegio donde nos dieron el kit del peregrino. Ahí nos unimos con más compañeros aumentando considerablemente el tamaño del grupo. Empezamos el viaje con un encuentro de españoles en la ciudad de Cascais donde disfrutamos de sus playas, edificios y paseos que nos enamoraron. A Lisboa íbamos en bus o en tren para encontrarnos con todos los integrantes de la JMJ los cuales venían de diversos lugares del mundo.
Ver la ciudad llena de gente era algo sorprendente donde iban todos cantando, gritando, bailando y charlando con gente, siempre acompañados de la bandera de su país. Era muy común el intercambiar pulseras que cada uno traía de su respectiva nación. Cabe destacar, las charlas que nos ofreció el Papa Francisco las cuales nos llegaron y nos emocionaron, alegando: “Somos amados como somos, sin maquillaje” o “El único momento en el que puedes mirar a alguien de arriba a abajo es para ayudarlo a levantarse cuando se cae”. Él presidió la presentación, el Vía Crucis y las misas con miles de asistentes y que muchos teníamos que ver a través de pantallas.
Tras estos días de diversas emociones y nuevas amistades internacionales acabamos el viaje con una gran vigilia donde dormimos todos los participantes de la JMJ en un gran descampado.
Nos despidió el Papa en una multitudinaria eucaristía al día siguiente. Y nos llamó y nos invitó a la nueva JMJ de 2027 en Seúl, Corea del Sur. Han sido dos semanas, en verdad, inolvidables y donde hemos vuelto con un corazón lleno de amor, llenos de Dios y llenos de amistades. Una experiencia única y que repetiría sin dudar.
Rebeca Tolosa
Rebeca Tolosa es una joven barbastrense con experiencia en este acontecimiento de la Jornada Mundial de la Juventud. Antes de Lisboa, había acudido a otra. Sin embargo, su entusiasmo no ha disminuido en absoluto. “Si tengo que resumir la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa sólo me cabe decir que la experiencia ha sido muy guay”. Pero no se puede describir como vacaciones cómodas: “Ha tenido algún momento duro. Por ejemplo, hemos tenido que caminar mucho, en días de mucho calor y con poca agua. A nivel físico, no ha resultado cómodo, pero ha valido muchísimo la pena, el encuentro con el Papa y las palabras que nos dedicó a todos los jóvenes fueron esperanzadoras”.
En estos encuentros, formar parte de semejante multitud (un millón y medio de personas), impresiona y reconforta: “Ver a tanta gente joven unida por el mismo motivo. Todo esto aporta muchísima alegría y te demuestra que no estás solo en la fe, algo que creo que es muy importante para un católico”.
Pero los tremendos números que se manejan no impide que esta experiencia busque, sobre todo, un encuentro con Dios. “En cuanto a mí, la JMJ ha supuesto una renovación en la fe, una segunda conversión. Poder encontrarte no solo con el Papa o con miles de jóvenes como tú, si no un encuentro personal con Dios. Esto se puede vivir en una Jornada Mundial de la Juventud”.
Tolosa, con dos JMJ en su haber, no titubea al afirmar que: “Es mi segunda JMJ y la repetiría sin dudarlo. La aconsejo muchísimo, da igual en qué punto de fe estés. Creo que a cualquier persona le vendría genial esta experiencia. Hay muchos testimonios, te encuentras con gente muy diferente a ti y muy similar. A veces nos pensamos que somos los únicos a los que nos pasan cosas y en encuentros así, te das cuenta de que nada es para tanto y todo pasa por algo.