Cuando llega el otoño, las tardes vienen cargadas de nostalgia, nostalgia del verano que termina, de muchos veranos que han pasado antes, nostalgia de un tiempo que se recuerda siempre agradable, hermoso, tierno. No hace falta que caigan las hojas de los árboles, no es necesario que el viento fresco azote nuestros rostros, ni que los truenos anuncien la lluvia, tan esquiva, basta con que el sol se acueste un poco antes y ya se está con la nostalgia a cuestas. Yo, lo confieso, tengo nostalgia de muchas cosas este otoño. De algunas tengo nostalgia hace ya tiempo, en una suerte de otoño anticipado que va durando demasiado…
Así, querido lector, podría seguir esta crónica, una cosita amable, insustancial, previsible, sin compromiso, acrítica. Se usa ahora mucho esta palabra: una sociedad acrítica, un partido político acrítico y acaso sea cierto. Una sociedad líquida, se dice también, irreflexiva, que es, más o menos, lo mismo. Séneca decía: “Mis palabras no van dirigidas a los imperfectos, a los mediocres y a los poco juiciosos, sino al sabio”. Observe, querido lector, que usaba el plural para hablar del común de las gentes y el singular para el sabio. Había pocos de esos ya entonces. La historia podría contentarnos: siempre ha habido más mediocres que sabios. Siempre se puede uno consolar, si es eso, un mediocre.
Esta crónica quería ser algo diferente, pero no va por buen camino. Estoy hoy con Quevedo mano a mano “Y no hallé cosa en que poner los ojos/que no fuese recuerdo de la muerte”. Miro a ambos lados del espectro político y me invade la nostalgia, un desasosiego extraño, un desapego que no es propio en mí. Dicen, y se ha visto, que muchos se han manifestado o reunido, como se quiera, para hacer saber que no están de acuerdo con la posible amnistía que se prepara y se niega a un tiempo; oímos a Felipe González y a Alfonso Guerra pronunciarse expresamente contra esta posibilidad y defender, claramente, su postura en contra; muchos otros se han manifestado ya en público en el mismo sentido. No es cuestión menor y, sin embargo, parece que muchos también están en otra cuestión, mirando a otro lado, insistiendo en que votan con la nariz tapada y ya votaron y siguen con la nariz tapada y de ahí no los apea nadie ni nada. Siempre con los míos, caiga quien caiga, aunque ya no los reconozca como los míos. Una cosa extraña. ¿Dónde están los juiciosos? Porque sabios, lo que se dice sabios, no se ven por ningún lado.
Esta crónica se queda en la superficie, dirá usted, querido lector y dirá bien. Pero es que tengo la sensación de que está todo dicho. De que poco hay que añadir. Reconozco que resulta difícil ver en las primeras figuras de cada partido a un líder de verdad, a alguien a quien se pueda seguir con fervor, a alguien que dé una sensación de solvencia, de verdad, de decisión, de integridad. Me gustaría poder ver a alguien que me impresionara por su oratoria, por su ingenio, por sus dotes de convicción. No puede ser suficiente que las siglas de un partido emocionaran en el pasado. No. Ni que el contrario sea señalado como el ogro de los cuentos. No es tiempo de cuentos ya… Mientras, la vicepresidenta Díaz sigue con su discurso rimbombante, cada día una perlita: la última, cuando esto escribo, que los ricos, muy ricos, ya se preparan para dejar el planeta tierra. ¡Quién pudiera! ¿Se imagina, querido lector, desconectar de esta tropa para siempre jamás? Igual es más factible dejar claro que no vamos a dejar que nos traten como a imbéciles. Igual es mejor no callar. El tiempo de las rosas rojas, el tiempo de la ilusión no puede perecer así.