El paisaje que conforma el río Vero a su paso por la sierra de Guara impresiona. El agua, durante miles y miles de años, ha esculpido un paisaje que forma parte de nuestro patrimonio. De hecho, los habitantes de esa zona han conseguido que esta maravilla de la naturaleza sea su principal fuente de ingresos y base de su economía para seguir viviendo en el medio rural.
Pero ya hace muchos, muchos años, que la humanidad valoró las posibilidades de vivir en esta tierra. Las múltiples oquedades que se abren en las paredes de la sierra de Guara sirvieron de refugio para los habitantes prehistóricos. Y lo sabemos por las múltiples muestras de arte que han sorteado el paso del tiempo y permiten a los historiadores seguir ahondando en los modos de vida de la Prehistoria.
Todo comenzó gracias a un montañero francés
La investigadora Paloma Lanau, que dedicó su tesis al Arte esquemático en las Sierras Exteriores Pirenaicas, recuerda que las primeras noticias oficiales de pinturas rupestres en la cuenca del río Vero llegaron de un pionero francés del barranquismo. Pierre Mimbel, a finales de los años 60. Regresó a su país y publicó el hallazgo de posibles pinturas prehistóricas en una revista de montañismo.
La noticia fue recogida por el catedrático de Historia en la Universidad de Zaragoza Antonio Beltrán, quien impulsó una primera expedición para explorar las zonas de los Gallineros, Escaleretas… A partir de ahí, y con el impulso que los estudios de Prehistoria y Arqueología recibieron en las dos siguientes décadas, el Museo de Huesca propició un proyecto de prospección en toda la cuenca del Vero. El director del museo, Vicente Baldellou, se convirtió así en uno de los artífices de lo que luego sería el Parque Cultural del Río Vero.
En el equipo de Baldellou también destacaron otros nombres, como los de María José Calvo, que dedicó su tesis a las pinturas rupestres de Aragón, Albert Tenó o Pedro Ayuso. “Empezaron por el barranco de Villacantal y tuvieron mucha suerte o mucha intuición”, opina Lanau. Y es que ahí llegaron al barranco de Arpán y localizaron las únicas pinturas del período Paleolítico de todo el conjunto del parque en la cueva de la Fuente del Trucho. “Fueron los comienzos y ya se catalogaron más de 60 abrigos con pinturas”, relata Lanau. Un trabajo al que contribuyeron los montañeros (el Museo de Huesca contó con la colaboración de Peña Guara) y los vecinos de Lecina y Colungo, que también fueron decisivos para localizar algunos abrigos.
Un amplio terreno que aún queda por explorar
El abrupto entorno del cañón del río Vero dificulta los trabajos. Aun así, se trata de una rica zona en arte prehistórico que sigue dando alegrías a los investigadores. La propia Lanau, desde finales del año 2020 retomó las prospecciones periódicas del Museo de Huesca. Junto al espeleólogo Mario Gisbert y el escalador Alex Puyó, descubrió 12 nuevos abrigos de arte esquemático en el Tozal de Mallata y uno más de arte levantino en el barranco de Fornocal.
Un gran hallazgo, con nuevos temas no catalogados en el conjunto que se conocía hasta entonces. “Creo que todavía queda potencial. Es un entorno abrupto, donde prospectar resulta bastante costoso en cuanto a tiempo y esfuerzo. Pero aquí se cumple que quien busca, encuentra”, indica.
Precisamente lo abrupto del terreno da una idea de lo avanzada que eran aquellas comunidades. “Nos sorprenden pinturas en lugares totalmente colgados y ahí encontramos arnales –estructuras para la producción de miel–”, detalla Lanau. Con los escaladores, descubren puentes de roca que se debían utilizar, como en la actualidad, para pasar cuerdas y material. “Parece ser que usaban cuerdas y escalas y accedían a sitios que ahora nos parecen completamente inaccesibles”, relata. En este sentido, la investigadora reitera que “estos grupos prehistóricos recorrían todo el territorio y tenemos constancia del uso de escalas, que incluso se representan en las pinturas”.
Patrimonio de la Humanidad
En el año 1998, poco después de que Aragón tuviera su Ley de Parques Culturales, la UNESCO reconoció como Patrimonio Mundial el arte rupestre del Arco Mediterráneo de la Península Ibérica. Ahí se incluyen los abrigos descubiertos en Aragón. A la pregunta de si somos conscientes en el territorio de lo que tenemos entre manos, Lanau no duda: “Yo creo que sí. Se hace una gran labor desde el Parque Cultural para la difusión, sobre todo con grupos escolares, para dar a conocer las pinturas y la arqueología”.
Además, Lanau destaca el papel de los municipios que conforman el Parque Cultural. Estos son: Boltaña, Aínsa y Bárcabo en Sobrarbe; y Colungo, Alquézar, Adahuesca, Santa María de Dulcis, Pozán de Vero, Azara, Castillazuelo y Barbastro, en la comarca del Somontano. El Parque Cultural del Río Vero se constituyó en 2001.
De este modo, se pudo impulsar el conocimiento de toda esta zona, con nuevas investigaciones y proyectos. En cualquier caso, la investigadora indica que el reconocimiento como patrimonio mundial no supone ninguna proyección a nivel legal. “Esta protección sigue recayendo fundamentalmente en las administraciones: autonómica, comarcal, municipal. Por eso es tan importante la implicación del territorio”.
De todo el territorio. Debemos ser conscientes del patrimonio del que disponemos y tratar de sacarle todo el partido. “No es relevante solo a nivel local –enfatiza Lanau–. Es un conjunto muy destacado a nivel nacional”.
Importancia tanto local como nacional
Y es que, las pinturas rupestres siguen arrojando luz sobre la vida prehistórica. “Dentro de los restos arqueológicos, los abrigos y cuevas con arte rupestre son relativamente escasos porque son especialmente frágiles y de difícil conservación”, puntualiza Paloma Lanau.
Aun así, el arte aporta muestras de lo que pudo ser el pensamiento de estos hombres prehistóricos, “en un momento en el que no existe la escritura”, subraya. Además, su forma de estudio es diferente al resto de hallazgos arqueológicos, pero hay que ponerlos en relación. “Son formas de comunicación de nuestros ancestros; no tenemos forma de conocer el código, pero nos aporta otras muchas informaciones”, relata.
De este modo, se ha constatado que las mismas pinturas que aparecen en el Cañón del río Vero se reproducen también en las sierras de Alicante. “Unos mismos grupos utilizaban el mismo código. Nos da información sobre quiénes fueron los autores. Tenían una forma de pensar o de comunicarse común en áreas muy amplias”, detalla.
Con el estudio de todas estas pinturas se ha podido determinar, por ejemplo, que en el Neolítico, cuando ya se practicaba la agricultura y la ganadería, había formas de trashumancia. “El somontano constituye un punto de intercambio entre la montaña, más al norte, y el llano al sur. Por eso estos ecosistemas intermedios son tan ricos en hallazgos”, concluye la investigadora.