Celebro el movimiento creciente para poner un poco de cabeza en el uso de los móviles por parte de la gente más joven. Y más por tratarse de una reacción que se extiende imparable y que nace de los propios padres, de las familias. Todos conocemos a padres atribulados y acomplejados que reman contra corriente al encauzar el uso del primer móvil para sus hijos, al intentar poner sentido común ante una ofensiva comercial implacable que se alía con la curiosidad y el deseo de sentirse integrado en el grupo. El móvil como regalo o símbolo de ser uno más y no la excepción. Esa es la sensación que tengo, en medio de un entreguismo mezcla de queja y pasividad que contempla acostumbrado un acceso a contenidos como poco inconvenientes.
Vemos cómo las verdades indiscutidas en estos años sobre el uso de tecnologías en las aulas o sobre el uso de móviles a edades cada vez más tempranas, comienzan a tambalearse, gracias en parte a buenas dosis de sentido común. Me parece muy saludable que los padres tomen la iniciativa y se manifiesten como primeros responsables de la educación de los hijos. El hecho de que hagan oír su importantísima opinión, y que la digan bien claro a autoridades, empresas y centros de enseñanza me parece un ejercicio ejemplar.
La oportunidad y el mérito de los primeros padres que han firmado esas peticiones es una llamada a ejercer sin complejos su responsabilidad para cuidar la madurez y la salud de los más jóvenes. Sobran datos y estudios para avalar una reacción que ya tardaba y que está muy lejos de la censura. Se trata de velar sin complejos en un ambiente que dispara los beneficios y al que importan muy poco o nada las consecuencias.
Esa campaña de “Sin móviles hasta los 16” responde a los riesgos de un uso temprano y es una llamada a una educación en la madurez que puede empezar por los propios adultos, que somos los primeros en el deber de ser ejemplares. El entorno digital tiene muchas ventajas y el acceso es un derecho también de la infancia, según edades. Pero eso es compatible con una actitud vigilante sin complejos, que potencie los aspectos positivos (que son muchos) y alerte de lo que nos estamos perdiendo con el uso excesivo y cuasi obsesivo de las tecnologías. Por eso creo necesario que los padres acompañen, preparen y ayuden a los hijos en su desenvolvimiento en un mundo necesariamente digital.