Ayer instalaban en Barbastro un árbol de Navidad. No parecía tener cuarenta metros, como los de Vigo o Badalona, ni falta que hace. Supongo que tampoco las luces ni la música callejera se parecerán a las que vi, por televisión, en Toledo, donde el Ayuntamiento ignora, durante muchos días, sus propias ordenanzas, complicando la vida de los vecinos con la teoría, quizá, de que la desaforada contaminación lumínica es útil para atraer visitantes y sacar a la calle a los vecinos y la sonora, no menos excesiva, para aturdirlos y empujarlos a refugiarse en bares, vivanderos y establecimientos comerciales.
El alcalde de Vigo lleva años compitiendo con todo el mundo, Nueva York incluida, para ser la ciudad, no sé si mejor, pero, desde luego, más iluminada. No sé si ya lo habrá conseguido, ni si el alcalde de NY ha aceptado el reto. Ahora parece que también tiene que competir con Badalona y otras ciudades españolas, pero lleva varias legislaturas siendo elegido, con repetidas mayorías absolutas, de manera que su gestión, que supongo que también incluirá otras cosas, no parece estar muy cuestionada por sus conciudadanos.
Esto me lleva a preguntarme, ya me lo he preguntado otras veces, por la forma en la que un alcalde, un diputado, etc., consigue ser elegido, no digo ya reelegido, por sus conciudadanos. Una posible aproximación podría encontrarse con ayuda de la teoría de juegos (1), ampliamente utilizada en economía pero que también resulta de aplicación como herramienta de análisis político, siempre que los jugadores se comporten de una manera racional, es decir, que adopten siempre un curso de acción óptimo, de acuerdo con la información disponible. Aquí racional sólo significa que convenga a sus intereses.
Los jugadores son los políticos, los ciudadanos, que, en una democracia, votan y después sostienen pasivamente al gobierno que creen haber elegido y, en una dictadura, sostienen pasivamente al gobierno sin necesidad de molestarse en votarlo, los periodistas, las empresas, los sindicatos, etc. Centrándonos en una democracia representativa, que es lo que hoy tenemos, la parte más visible del juego se desarrolla periódicamente entre los partidos políticos que elaboran sus estrategias para conseguir el mayor número posible de votos. Estrategias que son evaluadas después por los votantes.
La política se parece, a pesar de las protestas de transparencia de algunos de los jugadores, más al póker que al ajedrez, así que estas estrategias, que se elaboran con un conocimiento incompleto de las del adversario, no suponen, entre otras razones, por esa, ningún compromiso real para los partidos que las formulan. De hecho, se diseñan exclusivamente con objeto de llegar al poder y quedarse allí todo el tiempo posible. Su contenido nada tiene que ver con hechos y mucho con sensaciones. Está orientado a mantener la fidelidad de sus partidarios, en España sorprendentemente duradera, a arañar lo que se pueda de lo de los demás y a convencer a los indiferentes, que pueden inclinar la balanza hacia uno u otro lado.
La aplicación de la teoría a casos concretos requeriría la creación, farragosa y complicada pero técnicamente posible, de un modelo matemático fiable, creación que la existencia, en el caso de España, de pequeños partidos nacionalistas, con fuerte implantación en una parte, pequeña, del territorio, no facilita precisamente. Estos partidos contribuyen, sin embargo, a un incremento muy notable de la entropía, al caos, que, si ahora tenemos alguna dificultad en reconocer, es porque estamos en medio y nos falta la necesaria perspectiva. Todo llegará.
En fin, que, para preservar la salud, conservar a los amigos y las relaciones familiares y mantener el buen humor todo el tiempo posible, no hay que tomarse estas cosas de la política demasiado en serio. Y, como decíamos antes, aunque cualquiera sabe con qué propósito, feliz Navidad y próspero año nuevo.