Querida prima:
Aunque no te lo creas, esta vez no ha tenido que recordarme mi madre que te escriba nuestra carta navideña. Me he anticipado, pero ha sido ella, como siempre, la que ha comprado la lotería para que la reparta entre todos los primos. Ahí va el décimo. La tenacidad de mi madre ha dado sus frutos: años insistiendo en que hay que mantener viva nuestra relación, a pesar de la distancia, y ahora ya no tiene que sermonearme. Estoy, además, encantada de seguir esta tradición y no pienso dejar de coger la pluma y escribir despacio, a mano, dejando de lado los mensajes de Whats-App, tan impersonales. Escribir así, sin prisas, pensando lo que se quiere decir, expresándolo con precisión es la mejor forma de abrazar a los que están lejos.
Mi madre está ya muy mayor, pero sigue con la cabeza en su sitio, como ella dice, así que sigue gobernando, como digo yo cuando me impaciento con sus exigencias, que no son sino un reflejo de su carácter: genio y figura siguen intactos. Ayer, sin ir más lejos, amonestó a nuestro primo “el independentista”, que ya sabes que dejó de serlo cuando le marginaron porque lleva demasiada sangre aragonesa. El pobre anda ahora intentando convencernos de que hay que perdonar y argumenta que es lo que predica la Iglesia, se lo dijo a mi madre a la que le traía, con la lotería de Navidad, por cierto, un rosario precioso que había comprado en Roma nada menos, con las cuentas como pequeñas rosas que desprenden un agradable olor. Mi madre le aseguró que rezar reza, pero no es de poner la otra mejilla, esa recomendación se la ha pasado siempre por alto y no va a cambiar ahora. Le dio las gracias y un beso intenso por el regalo y le dijo que no se deje liar otra vez y añadió que “no es lo mismo predicar que dar trigo”, “ni es oro todo lo que reluce” y que “nadie da duros a cuatro pesetas”. Mi primo no veía a qué venía tanto refrán e intentó seguir con su teoría de la reconciliación entre los hombres de buena voluntad y mi madre le dijo que era un ingenuo y añadió que “no hay que mezclar churras con merinas”, que dejara ya de “marear la perdiz” y que quería “tener la fiesta en paz”.
Estábamos todos expectantes, no teníamos claro quién iba a dar su brazo a torcer, cuando nuestro primo le dijo que no entendía lo del perdón-olvido, pero él sí porque es “progresista” y ve más allá y ahí mi madre soltó, elevando el tono, que en su casa no quería palabrotas, razón por la cual pensamos que no había oído bien – está algo teniente, como dice ella– y todos a una repetimos la palabra y mi madre dijo que no estaba sorda, que oye perfectamente, pero no traga ciertas cosas y a mi primo le dijo que se fuera ”con la música a otra parte”.
Hubiera podido acabar como el Rosario de la Aurora –esto también es muy de mi madre, es que cada día me veo en muchas frases suyas–, pero mi madre, que es sabia de verdad, cogió del brazo a su sobrino y lo llevó a la cocina para que la ayudara con el jamón –que él corta como un virtuoso, finísimas lonchas todas igualaditas– mientras ella empezaba a freír unas croquetas de la carne del caldo, que sabe que le gustan y allí, ya solos, en su territorio, le dio, seguro, un buen repaso. Así que esa reunión que precede a la Navidad fue muy tranquila y todos brindamos juntos, mi madre del brazo de su sobrino ya el resto de la jornada. Entre los brindis hubo uno para vosotros, nuestros queridos parientes aragoneses a los que siempre añoramos.
Que paséis unas Navidades en armonía. Recibid un beso muy fuerte. Hasta la próxima.