Desde hace unas semanas andan por los supermercados unos extraños equipos comerciales que, en lugar de cobrar, pagan. Son recolectores de imágenes de ojos que ofrecen unos 30 euros en criptomonedas de la propia empresa a toda aquella persona que se deje fotografiar el iris de ambos ojos, probablemente la pieza de ingeniería biológica más compleja de la Naturaleza. Esta tardó varios millones de años en diseñarla; durante mucho tiempo nuestros antepasados primates solo veían en blanco y negro, hasta que un grupo aprendió a ver en color; con ello pudieron distinguir las frutas maduras de las verdes y pudieron llenar sus cerebros con azúcar hasta que a base de calorías su cerebro creció y se volvieron más inteligentes.
Los recolectores de fotografías de iris van armados con un escáner y son empleados de la empresa Worldcoin, cuyo fundador es también hoy el líder reconocido de la Inteligencia Artificial, Sam Altman con su Chat GPT. No buscan ojos bonitos. Les vale cualquier persona, pues todos los iris son distintos por razones genéticas, por lo que esta es la manera más precisa y rápida de identificarnos con el propósito de la seguridad. El caso es que estos equipos llevan recolectados unos 400.000 pares de ojos en el mundo, y la mitad en España. Es posible que esta curiosa circunstancia se deba a que aquí no se ha regulado todavía este asunto por nuestra Administración, mientras en otros países ya han puesto algún freno.
Tengo entendido que el objetivo es digitalizar millones de ojos y aunque imagino que la iniciativa está relacionada con la IA, casi nadie sabe exactamente de qué manera, salvo lógicamente la propia empresa. De entrada, la tecnología biométrica del iris está disponible para verificar la identidad personal y se extenderá a muchos campos. Pero con toda lógica, la ultra seguridad que proporciona este sistema servirá para apuntalar el desarrollo de la Inteligencia Artificial, porque la falta de seguridad de esta es su verdadero freno y su Talón de Aquiles.
El problema de la IA es evitar que los malos se conviertan en intrusos en la Red; que difundan mentiras, suplanten identidades, construyan seres inexistentes (bots) y hagan toda clase de iniquidades. En ese papel de barrera contra suplantadores, la tecnología del iris identificador es una oportunidad, pero, como todo lo nuevo que no conocemos y está al alcance de unos pocos, plantea muchas dudas.
Para el futuro y dentro de la mayor prudencia y con un poco de optimismo, podemos pensar, por ejemplo, que algún día dispondremos de millones de historias médicas tras los millones de iris registrados, que cruzándose oportunamente podrán servir a la Medicina futura. También los optimistas incorregibles de la tecnología piensan que con el iris podríamos tener otra manera más eficiente de encontrar el amor, nuestra media naranja, solo poniendo nuestra pupila en internet. Aquí no habría datos médicos, ni raza ni color de la piel. Tras sus irisados colores se escondería, totalmente encriptado, el secreto de nuestra alma, nuestros gustos y preferencias sobre casi todo. El algoritmo haría el trabajo de elegir la pareja perfecta, el alma gemela, el match instantáneo, basado en fórmulas bien entrenadas sobre enormes bases de datos y volcando toda la experiencia acumulada en materia de fracasos y separaciones. Y poniendo el foco también en historias de parejas felices. ¿Futuro, ciencia ficción, distopía o cuento de Reyes? Yo no lo sé. Pensándolo bien, hoy por hoy, quizás sea un poco de todo.
¡Feliz Año 2024!