Aunque aún no me ha llegado lo que pedí a los Reyes en mi carta de la víspera de esa noche mágica, no he perdido la esperanza, pues los Reyes Magos son generosos. De momento me dejaron otro regalo en forma de libro, que no había pedido. Tiene un título atípico: Dios. La ciencia. Las pruebas. El albor de una revolución. ¿Y si Dios existiese? y no es de fácil lectura para quienes no somos expertos en física moderna, pero sus autores tienen el don de explicar los conceptos científicos de forma comprensible a los profanos y de escribir un relato que engancha casi tanto como una novela histórica.
He empezado leyendo el prólogo de la edición francesa, la original, de la que un año después de su publicación ya se habían vendido 200.000 ejemplares. Este prólogo, escrito por el premio Nobel de Física 1978 Robert Woodrow Wilson, concluye con una confesión: “A veces, cuando levanto los ojos hacia los millares de estrellas que brillan en la noche, pienso en todas las personas que, como yo, levantaron los suyos hacia el cielo de la misma manera y se preguntaron cómo empezó todo esto. Ciertamente, no conozco la explicación. Pero quizá algunos lectores tendrán la suerte de encontrar el principio de la respuesta en este libro”.
A continuación, viene el prólogo de la edición española –la tercera en un solo año–, escrito por la ensayista, novelista y profesora Elvira Roca Barea, que, en el segundo párrafo, ya tiene el valor de reconocer: “El argumento central de esta obra notable es que la ciencia no desmiente la existencia de Dios, sino que más bien la prueba. Lo que significa que los no creyentes estamos abrazando una idea no científica”.
Hasta ahora he leído un centenar y medio de páginas, que me han confirmado que reconocer la existencia de un Creador no es contrario a la ciencia moderna, tal como afirma la ensayista Barea. Desde mitad del siglo XIX y durante gran parte del siglo XX se ha venido desprestigiando la fe en un Dios creador por considerarla acientífica y se han silenciando las pruebas de que el Universo camina hacia su muerte térmica, lo cual implica que el Universo tuvo un principio y que todo principio supone un creador.
Este libro no pretende probar la existencia de Dios, sino que los avances científicos surgidos a principios del siglo XX –la muerte térmica del universo, la teoría de la relatividad, el Big Bang, el ajuste fino del universo, etc.– suponen “un vuelco completo de la tendencia a considerar que el campo científico es incompatible con todo tipo de debate acerca de la existencia de Dios”.
Me quedan muchas páginas por delante (el libro tiene más de quinientas) y, seguramente, muchas horas de lectura pausada, difícil a veces, pero grata, que también descubre la conspiración de silencio, cuando no de represión al más puro estilo soviético, de los descubrimientos científicos que podrían cuestionar las convicciones materialistas al uso.
Los autores, Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies, ambos ingenieros, uno de ellos por la Politécnica de París, exploran la idea de un espíritu o de un Dios creador en relación con los conocimientos científicos actuales y, a juicio del citado Nobel de Física, “no puedo pensar en una teoría científica del origen del Universo que coincida mejor con las descripciones del Génesis que el Big Bang”. Ahí queda eso para algo más que unas horas de entretenimiento.