Por tercera semana consecutiva, la circulación por las carreteras que unen el Pirineo con las principales ciudades volverá a ser lenta este domingo. Los tractores han anunciado que ocuparán las vías para mostrar el hartazgo de un sector imprescindible y muy olvidado. En nuestro entorno, vivimos estas concentraciones y protestas con solidaridad. Venimos de ahí. Sabemos lo que cuesta cultivar un simple tomate y comprobamos lo que vale en el lineal del supermercado. Una situación intolerable y una denuncia que no es nueva.

Ese sobreprecio de los alimentos en el recorrido entre el campo y el consumidor es sangrante. Los márgenes de intermediarios y comercializadoras agrandan la brecha entre quienes tienen la capacidad económica para aplicar su conciencia ecológica y solidaria y adquirir productos de kilómetro cero y quienes no tienen más remedio que llevarse a la boca lo más barato, lo produzca quien lo produzca y venga de donde venga.

Pero además, los agricultores no solo deben preocuparse por cumplir las estrictas normas europeas en cuanto a fertilizantes y rotación de cultivos (como si esta no fuera un pilar básico de la agricultura tradicional). También de una normativa que les obliga a rellenar mil y un papeles para registrar cada paso que dan en el campo: qué haces, cuándo y cómo. Apúntalo en tu tablet o móvil. Dejando de lado la inversión económica, el tiempo destinado a estas tareas administrativas deben restarlo de su trabajo real.

Un gran sindicato justificó su rechazo a las protestas señalando que los agricultores y ganaderos son empresarios. Y sí, lo son, autónomos, como más de tres millones de españoles, que sacan adelante sus negocios ante una administración que les enrona en papeles en un escenario de hiperregulación. En los despachos se toman decisiones a una distancia sideral de lo que ocurre en tierra firme. Ojalá las tractoradas sirvan para que se escuche la voz de los trabajadores del campo, ojalá sirva para que alguno se entere dónde está el campo.