Un buen amigo mío me ha enviado un extraordinario artículo del eximio periodista y escritor Lluis Foix. Este autor nacido en un pueblo rural y gran viajero, es amante y profundo conocedor de la Naturaleza, del campo y de las tareas agrícolas propias de cada época del año y sabe apreciar con la sensibilidad de un consumado poeta las sensaciones que le producen especialmente esos cambios estacionales que llevan consigo dichas tareas.
Muchos de sus escritos hablan de estos temas y el artículo remitido por mi amigo, en esta ocasión, habla de la vendimia, del otoño y sus manifestaciones (el cromatismo de sus paisajes, las noches que se alargan…) y de los cambios que se han producido, como en tantas cosas en los últimos años, en la forma de trabajar el campo y la recolección de las cosechas.
Dice que ahora la vendimia ya no es manual sino mecánica, por medio de grandes máquinas semejantes a monstruos amansados, que en pocas horas hacen el trabajo que antaño requería muchas manos y largos días y que esa economía que comporta la mecanización ha supuesto el alejamiento del contacto con la tierra y las plantas.
Me sumo a esa apreciación y mi experiencia añade que los nuevos métodos de trabajo y recolección de frutos dejan en el camino sensaciones que a los de mi generación nos parecen naturales por conocidas y acostumbradas a cada estación del año.
En la vendimia, ya que hablamos de ella, en el pueblo el aire se impregnaba de un cierto suave tufo u olor a mosto, por la masiva cogida de uvas en cada casa. Dentro de ellas ese olor era intenso proveniente de la bodega donde fermentaban las uvas y esos días los aperos y utensilios de trabajo relacionados con la vendimia eran visibles en todas las calles.
En cada época o estación el fenómeno se repetía con la cosecha que correspondía. En invierno la recogida de olivas con su molturación y obtención del aceite esparcía en el ambiente un indefinido y tenue aroma oleoso.
En la siega del cereal, en verano, los sentidos percibían a distancia la cosecha en la que se afanaba la gente. Puede decirse que en la recolección de los frutos, masivamente todos éramos partícipes.
Todo era, pues, directo y cercano, siempre en contacto con la tierra, la proveedora de los productos necesarios para nuestra subsistencia.
Los avances de la tecnología han quebrado ese proceso. Son más cortos los plazos de recoger las cosechas, han suprimido drásticamente la mano de obra antes necesaria y como los propios agricultores apenas intervienen personalmente (todo lo realizan las máquinas) la sensación es de haberse distanciado de esos trabajos, como si hubieran perdido importancia. A cambio, como dice Lluis Foix, de dejar atrás sensaciones ancestrales.
Yo me pregunto: ese olvido y alejamiento de la tierra y las plantas ¿producirán o tendrán algún efecto en las generaciones futuras?. Porque algún cambio seguro que traerán consigo. Mi deseo es que sean cambios positivos.