Dado que esta sección se identifica como un ejercicio “a cuatro manos”, es pertinente que hoy paute unas variaciones sobre el leitmotiv de la educación, que inició mi ‘partener’ la semana pasada. En mi caso, para desahogar mi aflicción después de haber vuelto a ver a los políticos metiendo sus manos en la normativa académica.
La reciente norma consagra una especie de “promoción general” para obtener el título de ESO y Bachillerato, basada en la evaluación colegial del profesorado sobre si el alumno tiene o no el “adecuado grado de competencias”, y no en las asignaturas suspendidas. Se traslada así a cada claustro de profesores la responsabilidad de promocionar o no a un alumno, obviando el criterio más objetivo, dígase lo que se diga, de los suspensos.
La norma llega vía Real Decreto, procedimiento que no deja de ser sospechoso, y, además, favorece la desigualdad, a pesar de vivir en un país en el que la igualdad ha adquirido rango ministerial (“dime de qué presumes y te diré de qué careces”, afirma la sabiduría popular).
También desconoce principios elementales de la psicología evolutiva. Al parecer, los padres y madres de la norma ignoran o no son conscientes de que la adolescencia se identifica por la “anarquía de las tendencias”, la “crisis de originalidad” y una abulia o astenia estructural, favorecida por el desarrollo hormonal propio de esa edad.
Con tales ingredientes y sin la ayuda del suspenso que podría impedir su promoción, ¿quién será capaz de interesar a los adolescentes en la cultura del esfuerzo?
Afirmar, para demonizar los suspensos, que “el esfuerzo hay que basarlo en la motivación, no en el castigo”, es una ofensa al abnegado trabajo de tantos profesores que nunca utilizaron el suspenso como un castigo, sino como el ineludible desenlace de una trayectoria académica frustrada, a pesar de los esfuerzos derrochados para evitarla.
Escribo esta reflexión al regreso del funeral de la profesora de matemáticas conocida en nuestra ciudad con el cariñoso apelativo de “la Ponchi”. La gratitud que hoy ha expresado una multitud de los que fueron sus alumnos pone de manifiesto que los suspensos, que en algunos casos se vio obligada a sancionar, no fueron un castigo, sino el resultado nunca deseado por una profesora competente y responsable.