Uno de los grandes teólogos de la Iglesia, Karl Rahner, reflexionaba hace unos años sobre la salvación. Hacía el religioso la siguiente comparación: muchos piensan que en la vida hay como dos ríos que discurren paralelos; uno de ellos tiene aguas sucias, contaminadas e impuras, son como las situaciones de pecado, de perversión y despersonalización que vive el ser humano.
A su lado corre un río de aguas límpidas y transparentes, son aguas en las que fluye la salvación y la pureza. Muchos creen que, para salvarse, hay que dar el salto y cambiar de río: pasar del río contaminado al río donde todo es salud. Este pensamiento es erróneo, continuaba el teólogo. En la vida hay un único río de aguas turbias en la que lo más noble del ser humano discurre junto a lo más perverso. Hay que saber navegar en ese río haciendo lo posible para purificarlo.
Durante estos días asistimos estupefactos a dos acontecimientos de los que se habla mucho en nuestro país. Por un lado, hemos visto el terrible incendio de Valencia que en dos horas ha dejado sin casa a más de 400 personas y se ha llevado la vida de una decena. Pero poco después la solidaridad de muchos hombres y mujeres ha ido llegando a los afectados, incluso bastantes familias (y van a ser más) ya tienen un hogar provisional, un subsidio para empezar y unos medios con los que paliar su dolor. Entidades diversas (religiosas, administrativas, sociales…) y miles de personas anónimas han ayudado a los que todo lo han perdido con una rapidez extraordinaria.
Por otra parte, en estos mismos días nos llegan noticias de personas que, desde el paraguas de instituciones políticas, se han enriquecido con un negocio impúdico de mascarillas defectuosas en el terrible momento de la pandemia, cuando el coronavirus se llevaba por delante miles de vidas y todos buscaban una tabla de salvación para no perecer ante semejante horror. Resulta sobrecogedor que personas cuya responsabilidad es el servicio público hayan podido robar desde un egoísmo abyecto protegidos por sus cargos.
Ahí está el único río, un río de aguas turbias donde la bondad discurre al lado de la maldad, donde el pecado fluye junto a la salvación.
Nos toca abrir los ojos, para no escapar de este único, complejo y maravilloso mundo. Nos toca humanizar sus aguas sin dejarnos contaminar por la perversión de algunos y colaborando con la generosidad de tantos.