La pregunta básica que todos nos hacemos es: ¿Quién soy?, ¿cuál es mi lugar? Este cuento talmúdico nos puede ayudar a descubrir nuestra verdadera identidad y el valor de todos y cada uno de los seres humanos.
“Cierto día un joven fugitivo, tratando de ocultarse del enemigo, llegó a una pequeña aldea. La gente fue amable con él y le ofreció un lugar donde quedarse. Pero cuando los soldados que buscaban al fugitivo preguntaron dónde estaba éste oculto, todo el mundo sintió mucho miedo. Los soldados amenazaron con quemar la aldea y matar a todos sus habitantes si el joven no les era entregado antes del alba. La gente acudió al rabino para preguntarle qué hacer. Dudando entre entregar al muchacho al enemigo o que su gente fuera asesinada, el rabino se retiró a su habitación a leer la Biblia, esperando encontrar respuesta antes del amanecer. De madrugada, su vista se posó en estas palabras: ‘Es mejor que un hombre muera antes que perezca el pueblo entero’.
Aquella noche un ángel le visitó y le preguntó: ¿Qué has hecho? Él dijo: ‘He entregado al fugitivo al enemigo’. Entonces el ángel le dijo: ‘Pero ¿no sabes que has entregado al Mesías?’. ‘Y ¿cómo podía yo saberlo?’, replicó el rabino ansiosamente. Entonces el ángel dijo: ‘Si hubieras visitado a ese joven una sola vez y le hubieras mirado a los ojos, lo habrías sabido'”.
Es importante mirar a los ojos de las personas y descubrir en ellas la imagen de Dios. Y mejor si somos capaces de descubrir en cada uno que es un hijo amado de Dios.
Este próximo 8 de abril, lunes, es la Jornada por la Vida: un buen momento para valorar la vida humana como un don de Dios. La vida no es un derecho, es un don que siempre debemos acoger incondicionalmente. La vida debe ser recibida y cuidada desde su concepción hasta su muerte natural. Hemos de valorar y apoyar la maternidad, denunciar la trata de personas, la esclavitud o los derechos básicos cercenados, promover el fortalecimiento de la familia… Todo esto nos ayuda a descubrir el rostro de Dios en cada uno de sus hijos amados.