Conversaciones, entrevistas, foros, recitales en torno a la creación literaria eclosionan en el mes de mayo en Barbastro al llegar el Festival Barbitania. Un certamen que enriquece su imagen al contar con el trabajo del diseñador gráfico e ilustrador Isidro Ferrer, quien firma el logotipo, el cartel y la pieza-premio que reciben los ganadores.
¿De dónde arranca su colaboración con el Festival Barbitania?
Llegó a través de Paco Goyanes, de la librería Cálamo de Zaragoza. Hace dos años, él estaba involucrado en Barbitania y nosotros ya nos conocíamos por haber trabajado juntos en algunos eventos anteriores relacionados con libros. En esta edición, y aunque Paco ya no esté, la coordinadora, Mª Ángeles Naval, me encarga la continuación de la línea gráfica con alguna evolución.
A parte del cartel y el logotipo, este año aparece el premio.
Esta pieza nace del logotipo. Y este surge del primer cartel que representa un libro que se abre, tiene forma de dos B, de Barbastro, y se ve como una mariposa. De ese libro mariposa proviene el símbolo que funciona como imagen de marca. Y este año se han generado las piezas –que van a ser los premios– que recoge el logotipo y lo lleva al terreno del volumen.
Lo ha creado en madera, el material que más le gusta.
La madera está viva. Dúctil, táctil que, a pesar del proceso industrializado, no deja de evolucionar. No ocurre así con otros materiales utilizados en escultura, como la piedra o el hierro, que ofrecen un carácter más pesado. Encuentro que la madera se halla más en relación con el ser humano.
Ha ganado varios premios de incuestionable prestigio. ¿Qué ha significado para usted?, ¿más encargos?, ¿un extra de ego?, ¿nada?…
No supone nada. Se trata de un apellido que te acompaña, pero nada más. Cuando te conceden determinados premios yo dejo de ser Isidro Ferrer y me convierto en una marca. Pero no porque cambie mi trabajo o mis procesos sino por la visibilidad y el alcance que obtengo.
Para mí, insisto, el cambio se encuentra al margen de mi trabajo. De hecho vivo en Huesca y sigo viviendo en Huesca y, además, mantengo un estudio con unas características muy concretas que no han variado.
No le ha tentado la gran ciudad.
No hace falta irse. Yo he apostado por esta singularidad, por permanecer al margen del mercado, vivir en la periferia y ser libre para escoger.
De hecho, no he generado ninguna estructura, trabajo solo y decido lo que quiero hacer y lo que no quiero hacer. Y distribuyo mi esfuerzo en proyectos que me aportan más allá de lo económico. Me involucro en encargos con un significado más allá de lo profesional.
¿Qué ámbito de libertad dejan los clientes?
Cada proyecto contará con unas necesidades y unas peculiaridades diferentes. Si se trata de un encargo comercial se deberá ajustar a unas normas más establecidas. Sin embargo, cuando se trata de encargos más vinculados al ámbito cultural, el trabajo se libera de esas pautas y se muestra más flexibilidad llegando a ofrecer un punto de vista más rico. No se puede olvidar nunca que un diseñador da respuestas a un problema de comunicación.
Usted llegó al diseño desde la interpretación y el teatro. Supongo que esa visión no se pierde.
Yo cuento con ese bagaje cultural y visual por venir de este ámbito y eso florece en los procesos. Mi actuación sobre la gráfica cuenta con un componente teatral muy alto. A pesar de que yo no lo quiero evidenciar surge de un modo natural.
¿Un diseñador debe aspirar a que su obra se reconozca con facilidad?
En absoluto. Un diseñador debe estar liberado del componente artístico. En este trabajo proponemos soluciones a cada uno de los problemas de comunicación que se formulan.
A la hora de dar esa respuesta es donde entra el lenguaje artístico. Yo utilizo herramientas del arte, pero sin intención artística porque esa finalidad asesinaría el resultado.
Mi interés reside en establecer un lazo de comunicación directo, fluido, rico, con muchos registros que le permitan al observador intervenir dentro del proceso manejando códigos visuales.