Los cristianos laicos anticipan el mundo futuro edificando una ciudad terrena “digna de los hombres, hijos de Dios”. La ciudad terrestre tiene su propia consistencia y autonomía. Pero, según el proyecto de Jesús, aquí en la historia y en esta ciudad se ha de hacer realidad lo que se podría suponer y esperar sólo en el futuro eterno.
La ciudad celeste no es sólo una edificación del más allá. Se anticipa y prepara ya aquí en la historia. El reino de Dios se hace historia aunque no se pueda plenificar en la historia. El Reino está entre nosotros
El ‘Hijo del Hombre’, Jesús de Nazaret, dedicó la mayor parte de su vida a “edificar la ciudad terrena”, aun cuando no lo hiciera desde las estructuras temporales, sociales, económicas o políticas.
Su preocupación más honda fue poner a los hombres ya en esta tierra en una situación de hombres liberados. Anticipa y prepara ya en este mundo todo el ancho campo de relaciones interhumanas cordiales, fraternas. Jesús cura, sana, libera, anuncia, denuncia, alimenta, consuela.
La Iglesia, como discípula de Jesús y continuadora de su misión, sabe que no tiene aquí ciudad permanente pero sabe también que ha de contribuir a edificar esta ciudad según Dios, por voluntad de Dios, como homenaje a Dios. Esta es la función específica de los laicos.
El laico, situado en la inmanencia, en la realidad creada, se relaciona desde ella con la trascendencia: busca realizar el reino de Dios precisamente en medio de la realidad secular. Por eso su relación con la realidad creada es precisamente “cristiana”: porque tiene una perspectiva trascendente que llamamos “reino de Dios”.
Ellos (los laicos)… entran en el mundo para realizar una dimensión de encarnación que, a su vez, deriva su fuerza del descubrimiento de una dimensión escatológica.
Todas estas características de la condición laical se diversifican y concretan en una multiplicidad admirable de vocaciones, sea por edad, forma de vida, campo de actuación… De ellas hablaré las próximas semanas.