Este es el penúltimo verano… del primer cuarto del siglo XXI. Al enfilar la recta final y levantar la vista, veo la llegada de 2025 con una nostalgia desconocida. Habrá pasado toda una generación desde que este siglo comenzó, y eso me produce un cierto vértigo.
¿Cómo han pasado ya 25 años? Perdónenme los lectores más jóvenes por ensimismarme en aquel momento extraño, el de 1999, el del cambio de siglo, el que con inquietud vivimos la generación que creyó haber inventado la Modernidad de España: el Seat 600 y el tiempo de los Beatles; la Transición política; las olimpiadas del 92; el cine de Berlanga primero y el de Pedro Almodóvar después; las autopistas, el turismo y la llegada del AVE. Todo eso, ahora ya es viejo, muy viejo. Y aquellos tiempos nos parecen hoy tiempos felices.
Cuando estuvo a punto de llegar el año 2000, tuvimos miedo de que los ordenadores se volvieran locos y el planeta colapsara. Corrió la voz de que nadie había previsto el cambio de siglo en las computadoras y estas pasarían desde el 99 al año 00, es decir, directamente a la nada.
¡Imagínense! Muchos corrieron a los bancos a sacar su dinero por si los ordenadores perdían todos sus apuntes… y la propiedad de los depósitos. Algún listillo llegó a pensar que también se borrarían los créditos y las hipotecas, pero su alegría era menor; la gente vive con mayor intensidad el miedo a perder lo que tiene que la alegría de ganar lo que no es suyo. Tal vez sería el fin del mundo. Las ciudades en ese momento del 2000 quedarían a oscuras, los aviones aterrizarían a ciegas, los semáforos dejarían de funcionar y tan solo los peces y los pájaros ignorarían que habíamos entrado de repente en una nueva Era. Habíamos llegado casi al momento previsto por Kubrick y su ordenador HAL 9000, la inquietante Inteligencia Artificial del film 2001 Odisea en el Espacio.
Pero no pasó nada. En la madrileña Puerta del Sol dieron las doce campanadas sin que ningún evento interrumpiera la fiesta. Tal vez fueran las uvas más felices de la Historia. Después vinieron la destrucción de la Torres Gemelas, las guerras de Irak, Siria y las terribles crisis financieras de 2007, la pandemia del Covid, el terrorismo islámico del 20-M, el Brexit, la guerra de Ucrania… por citar los más graves.
No puedo evitar preguntarme qué clase de cosas nos aguardan hasta 2050, aunque algunos desafíos están ya presentes, como el cambio climático y la extrema superpoblación. La IA no solamente es un desafío sino una oportunidad, pero es seguro que sus efectos serán colosales. Evitar la guerra nuclear, proteger el empleo, disminuir la pobreza, cambiar el signo destructivo del cambio climático, preservar la democracia; controlar los efectos de las fake news, vigilar las redes sociales, prevenir nuevas epidemias o disminuir la contaminación en las mentes infantiles por las aplicaciones móviles son algunos de los gigantescos retos que vemos venir.
El verano es tiempo de descanso, y también de meditación; tal vez es un buen momento para echar una mirada al pasado y pensar que no estamos tan mal como pensamos, a pesar de todo. Les deseo de corazón esos felices días de verano que todos merecemos.