Las raíces de Alfonso Puicercús se remontan a la casa Secretario de Alquézar, ubicada en la plaza. Su bisabuelo trabajaba como secretario en el municipio y algunos pueblos de alrededor, mientras que su abuela regentaba una tienda ubicada en la propia casa del matrimonio, que también servía de cafetería y que incluso se utilizaba como un cine casero.
Por otro lado, su apellido, Puicercús, proviene del aragonés y “es muy puro, ancestral. Muy pocos en España nos apellidamos así”, explica Alfonso. Este emprendedor decidió apostar por Alquézar y su entorno hace 25 años, cuando el barranquismo apenas se conocía y Alquézar aún no se había coronado como la joya del Somontano.
Sus recuerdos favoritos de la niñez y juventud le hacen viajar hasta Alquézar.
Y siempre con el río de por medio. Recuerdo ir a pescar con mi padre y hermano. También con los amigos del pueblo, con los que hacíamos barranquismo sin saberlo. Nos tirábamos por los toboganes, nos metíamos en corrientes de agua… Lo hacíamos por diversión.
Precisamente descubrió que el barranquismo podía convertirse en un negocio por casualidad.
Yo me conocía el río de cabo a rabo y observaba que llegaban muchos franceses a los barrancos. Por lo que un día, cuando tenía 14 años, me ofrecí como guía a unos holandeses. Así comencé, con una camiseta y un bañador y cobrándole a cada uno 2.000 pesetas.
Así nació su idea de negocio.
A los 18 años me dejaron un pajar donde comencé con unos cuantos neoprenos. Mientras servía en el restaurante que mi madre regentaba en la entrada del pueblo, conseguía clientes. En ese momento fundé mi propia empresa, Avalancha. Años más tarde, comencé con el Hotel Santa María.
Y este año ha cumplido su vigesimoquinto aniversario, enhorabuena. ¿Con qué se queda?
Con la cantidad de gente que conozco. Y, sobre todo, con que se vayan contentos. Lo que más me gusta de estos negocios consiste en que la gente se divierta, en enseñar el entorno bonito y luego en el hecho de que repitan. Eso me enorgullece un montón. También me quedo con los trabajadores que llevan muchos años conmigo.
¿Alfonso Puicercús recuerda con cariño al Alquézar de antes?
Considero que el Alquézar de ahora ha perdido mucho su esencia. Antes las ovejas salían de las casas y horas después, veías como volvían a entrar. Ahora ese hábito se ha perdido, cuando la gracia realmente residía allí.
También recuerdo que mi hermano Toño pintaba con el caballete en las calles del pueblo. Y lo hacía porque veía a otros pintores que venían expresamente a pintar a Alquézar porque era un pueblo muy pintoresco. Las fachadas de las casas, además de marrones, también eran blancas e incluso había alguna rosa. Ahora todas son iguales. Yo prefiero al Alquézar de antes. Era precioso, más auténtico, con sus cenas en la calle, sus noches a la fresca…
También considera que el perfil del turista ha cambiado.
Ahora vienen muchos turistas de día. Por lo que solo se benefician los restaurantes, pero los hoteles y las empresas de aventura, no. Considero que se trata de un turismo de peor calidad y de menor poder adquisitivo… Y que tampoco beneficia tanto al pueblo. Además, antes bajabas al río y aún podías bañarte, ahora resulta imposible…
También ha viajado mucho.
Antiguamente, la temporada de turismo terminaba en noviembre, aproximadamente. Por lo que esos meses me dedicaba a trabajar como profesor de esquí en Formigal y a viajar solo. Pero no por placer, sino para descubrir personas, nuevas ideas de negocios…
De mis viajes he aprendido varias lecciones. La primera se centra en que entre moverte y no moverte, elige moverte porque siempre que viajas ocurre algo o conoces a alguien interesante. Y siempre te traes algo bueno, ya sea una idea, una frase, una vivencia… Pero recomiendo viajar solo y con la mente muy abierta.
¿Qué destaca Alfonso Puicercús de estos viajes?
Me quedo con conocer países, descubrir sitios preciosos… Por ejemplo, Alquézar es bonito y no le quito mérito, pero abrirte a un mundo tan mágico y con tantas posibilidades me hace pensar en lo pequeños que somos y en valorar lo que tenemos en su justa medida. También me quedo con la posibilidad de hacer negocios nuevos. Cuando viajo por el mundo regreso con mucha energía para comenzar nuevas ideas. Si se te ocurre algo que quieras hacer, hazlo porque luego, cuando se pasen los años, te arrepentirás. La gente tiene mucho miedo e ir por el mundo te lo quita y te aporta humildad.