La primera acepción que recoge la RAE del término ‘patrimonio’ indica que se trata de la “hacienda que alguien ha heredado de sus ascendientes”. Hacienda entendida, como también apunta el diccionario, como “conjunto de bienes y riquezas que alguien tiene”.
Viene a cuento recordar estas definiciones para valorar lo que cuesta mantener un patrimonio. Lo heredado de nuestros antepasados. Como las ermitas y los templos parroquiales que jalonan el extensísimo territorio de nuestra Diócesis.
Bien es sabido, y así nos los recordó nuestro colaborador Cristian Laglera en sus series ‘Nuestras ermitas’ y ‘Pueblos que fueron’, que perder la iglesia suele ser sinónimo de una decadencia imparable del núcleo afectado.
Así de claro lo ve el Obispado de Barbastro-Monzón. Esta semana ha dado a conocer las cifras que invierte en reparar el patrimonio inmueble de este territorio, lo que hemos heredado y que, al final, nos pertenece a todos y cada uno de nosotros. El repaso económico refleja cómo se atienden a esos pequeños núcleos para no incurrir en situaciones como las que describe Laglera en sus inventarios de patrimonio.
Como resulta obvio, los recursos de la Diócesis se muestran limitados ante el ingente número de ermitas e iglesias. De ahí, el llamamiento a la concienciación. No solo a las administraciones públicas que deben apostar por mantener un patrimonio histórico que, además, se puede rentabilizar. Cada año son más las iglesias y ermitas que abren sus puertas a los turistas.
También, cada uno de nosotros, individualmente, debemos pensar en lo que supone perder alguna de esas ermitas o iglesias en pequeños núcleos. Y, en consecuencia, aportar lo que podamos. Lo han comprendido bien en lugares como en Binéfar, cuya iglesia de San Pedro ha podido repararse gracias a la colaboración popular. No caigamos, como suele pasar en nuestra sociedad, en el “que lo arreglen”, en un indefinido sujeto al que atribuimos la responsabilidad de todo lo que ocurre a nuestro alrededor.