Me decía una amiga, que intentaba disuadir a sus alumnos de la utilización de la inteligencia artificial (1) para trabajos académicos por el procedimiento de asegurarles que tenía medios para detectarlo. Esta anécdota pone de manifiesto una compleja situación que está sacudiendo los cimientos de la educación tradicional, y plantea interrogantes fundamentales sobre el futuro del aprendizaje y la evaluación académica.
La irrupción de la inteligencia artificial (IA) en el ámbito educativo no es algo nuevo, pero la velocidad a la que está evolucionando en los dos últimos años, ha sorprendido incluso a los más previsores. De repente, los estudiantes tienen a su disposición un asistente virtual capaz de redactar ensayos, resolver problemas matemáticos complejos y hasta generar código de programación, todo con un nivel de sofisticación que, en muchos casos, resulta indistinguible del trabajo humano.
Frente a esta realidad, la reacción inicial de muchos educadores ha sido de alarma y resistencia, algo que puede resultar contraproducente a medio y largo plazo. Es bastante cuestionable la eficacia real de los “detectores” del uso de la IA en los trabajos de los estudiantes. La capacidad de las herramientas de IA para generar texto que imite el estilo y el nivel de un estudiante específico mejora día a día. Además, muchos estudiantes están aprendiendo a “editar” el contenido generado por IA, añadiendo su toque personal y haciendo aún más difícil su detección.
En el pasado, la tecnología ya hizo obsoletos ciertos aprendizajes que en su momento se consideraron fundamentales. Por ejemplo, las tediosas multiplicaciones de muchas cifras que nos ponían en primaria hace 60 años, hace mucho tiempo que perdieron relevancia con la omnipresencia de las calculadoras. De manera similar, el uso de tablas de logaritmos, crucial en cálculos de astronomía de posición hace cincuenta años, se volvió innecesario con las computadoras modernas. La educación, pues, debe evolucionar junto con la tecnología, enfocándose en habilidades que sean relevantes en el contexto actual y futuro. Sin perjuicio, claro, de la conveniencia de saber multiplicar y de distinguir un logaritmo de un algoritmo.
En lugar de librar una batalla perdida contra el uso de estas herramientas, habría que enseñar a los estudiantes a utilizarlas de manera efectiva. En lugar de presentarlo como una forma de “hacer trampa”, podríamos enseñar a los estudiantes a utilizar estas herramientas de manera responsable, citando adecuadamente, cuando se haya utilizado asistencia de IA, y siendo transparentes sobre su uso. La realidad es que la IA ya está aquí, y ha llegado para quedarse. En el mundo profesional al que se incorporarán, la capacidad de trabajar con y junto a la IA será cada vez más valorada.
También es importante educar a los estudiantes, y no solo a ellos, sobre las limitaciones y los sesgos de la IA, así como sobre los aspectos éticos de su uso. Y podría ser interesante, desde luego, que los estudiantes tengan unas nociones básicas sobre los mecanismos en que se basa la generación de texto de la IA.
En última instancia, el desafío para los educadores no es cómo detectar o prevenir el uso de la IA, sino cómo preparar a los estudiantes para un mundo en el que la colaboración entre humanos y máquinas será cada vez más común. Esto requiere un replanteamiento fundamental de lo que significa educar y evaluar en el siglo XXI.
La inteligencia artificial no es una amenaza para la educación, acaso para una determinada forma de entender la educación, sino una herramienta que, bien utilizada, puede potenciar el aprendizaje y preparar mejor a los estudiantes para los desafíos del futuro. El verdadero reto para los educadores es adaptar sus métodos para aprovechar al máximo las oportunidades que ofrece la IA, sin perder de vista los valores fundamentales de la educación: el pensamiento crítico, la creatividad y la ética. Al igual que las calculadoras y las computadoras transformaron ciertas prácticas educativas, la IA está destinada a redefinir cómo enseñamos y aprendemos, preparándonos para un futuro donde la adaptabilidad y el aprendizaje continuo serán tan cruciales como siempre. Y puede que más que nunca.
Evidentemente, este es un enfoque parcial, interesado y discutible del problema de la IA. El desempleo inducido, la brecha digital entre quienes tengan y no tengan acceso, o la dependencia tecnológica, ya insalvable, de los centros de desarrollo norteamericanos son, entre otras muchas, cuestiones importantes a tener en cuenta. Después del verano.
(1) El término inteligencia artificial utilizado en este texto se refiere exclusivamente a la llamada inteligencia artificial generativa, es decir a modelos de procesamiento del lenguaje natural como ChatGpt, Claude, Gemini, Llama, etc.